Los pacíficos violentos son los que hablan de reconciliación y unidad, pero dividen el país en dos categorías: los pacíficos y los violentos.
El oxímoron es uno de los recursos retóricos más fuertes que existen. Consiste en la combinación de los contrarios. Es colocar juntas dos palabras opuestas, que permiten un nuevo significado, una sutileza del lenguaje, un matiz.
Como dice el escritor francés Michel Tournier, las ideas se iluminan cuando se colocan en parejas.
La Real Academia Española define el oxímoron como la combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido. La Academia cita en su diccionario el ejemplo clásico: “silencio atronador”.
Hoy nuestra democracia se explica a partir del oxímoron.
A lo largo de las intensas semanas del poselectoral presidencial, han surgido en el debate político una gran cantidad de conceptos o fórmulas de construcción oximorónica. Es muy curioso advertir cómo se han utilizado, con cierta impunidad, juntos, los conceptos de paz y violencia.
Los dos candidatos en conflicto tratan de probar que, al ejercer distintas formas de acción política, que en cierta forma tensan y violentan el escenario, son simplemente usuarios cotidianos del derecho y de las libertades.
Ambos lados hablan e insisten en que no quieren poner en riesgo la paz y la estabilidad del país. Y así hemos oído hablar, en las últimas semanas, a Felipe Calderón de “pacíficos y violentos” y por el otro a López Obrador de “protesta y resistencia pacífica.”
Los dos insisten curiosamente en la paz, como si ambos lados tuvieran culpa, al ejercer cierta violencia. Quizá por miedo o por un deseo de matizar. Tal vez con el propósito de crear eufemismos o verdades a medias. Y siempre con el objeto de salvar el prestigio propio y seguir descalificando al adversario.
Así advertimos cómo México se divide claramente en dos corrientes políticas que se plantean en la forma del oxímoron: la de los pacíficos violentos y la de los violentos pacíficos.
Los pacíficos violentos van un poco arriba en la elección y dicen apostarle a las instituciones, a las leyes y a los tiempos legales, pero se asumen pública y arbitrariamente como ganadores de la Presidencia sin serlo. Les ofrecen carteras a sus adversarios, reciben a la desconcertada “cargada” y asumen la Presidencia como un hecho o un destino propio. Los pacíficos violentos han propuesto el blanco como símbolo de su defensa y tienen un lenguaje correcto, aparentemente conciliador, pero son al mismo tiempo los creadores del discurso del miedo, los que hicieron campañas negativas, los que hablaron del “Peligro para México” y los que intentaron el desafuero.
Los pacíficos violentos son los que hablan de reconciliación y unidad, pero dividen el país en dos categorías: los pacíficos y los violentos. Por supuesto, ellos se asumen como los pacíficos. Quieren conciliar y distender, pero al hacerlo hablan de “renegados” y de “esquizofrénicos”.
Por el otro lado están los violentos pacíficos, que convocan a la resistencia civil, que viene siempre acompañada del adjetivo “pacífica”. Son los que organizan marchas multitudinarias de protesta en uso de sus derechos, pero que no son igualmente usuarios del derecho, para respetar o reconocer la fuerza y las decisiones de las autoridades y las instituciones.
Los violentos pacíficos dicen que aceptarán el resultado de la elección y la resolución del Tribunal Electoral, siempre y cuando este último haga exactamente lo que ellos piden y como ellos lo piden. Apelan a la democracia, pero sólo a la que ellos cuentan. Protestan para presionar a las instituciones, pero al hacerlo garantizan siempre que lo harán de forma pacífica, sin afectar o molestar a los ciudadanos. Usan distintivos tricolores y son capaces, “pacíficamente”, de violentar el uso del equipamiento urbano, realizar activismo desde sus cargos públicos y amagar a las instituciones.
Tanto los pacíficos violentos como los violentos pacíficos están tensando la cuerda de la democracia. Se esmeran en crear un México dividido, que se resiste, por todos los medios, a ser partido en dos. Ambos violentan, polarizan y generan un clima de confrontación, sin escuchar al otro, encerrados en su propia verdad.
Lo que están haciendo es irresponsable. Sobre todo porque olvidan o no advierten el contexto de vulnerabilidad de un país en el que se vive un alarmante escenario de violencia real, derivada del narcotráfico, de la inseguridad y del crecimiento de las muchas expresiones de la mafia que ponen en riesgo la gobernabilidad.
¿Cuánto tiempo tardarán en reunirse ambas formas de violencia? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que los pacíficos violentos y los violentos pacíficos se confronten? ¿Cuánto tardaremos en ver a un mexicano con moño tricolor, enfrentarse a otro mexicano con distintivo blanco?
La confrontación entre pacíficos violentos y violentos pacíficos nos lleva por dos caminos, que quedan bien presentados con ayuda del oxímoron: el de la democracia autoritaria o el del autoritarismo democrático. ¿Nos merecemos estas opciones?
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