Las 59 Hummer que Elba Esther Gordillo entregó a líderes seccionales del sindicato de maestros –para uso personal o rifa según una segunda versión– ilustran el sindicalismo autoritario y dispendioso que afecta el desarrollo del país. Son también pólvora para el conflicto en torno a la Alianza educativa, pacto cuyos principales signatarios son la lideresa del SNTE y el Ejecutivo Federal. Aunque perder el derecho a vender sus plazas sea el motor del descontento de los maestros en protesta, el desprestigio de Elba Esther les ofrece un discurso más presentable para socavar a la Alianza. Crea también incentivos para que se movilicen actores interesados en cambiar el equilibrio del poder al interior del sindicato magisterial –CNTE, gobernadores y el propio Rafael Ochoa. El Gobierno Federal ha dejado claro que no piensa dar marcha atrás en la Alianza, pero ha tenido problemas para desmarcarse del escándalo por la alianza electoral del Presidente y la maestra. Elba Esther ha demandado un aumento millonario al presupuesto educativo como estrategia para desactivar el conflicto y ha tomado una posición crítica con respecto a la SEP. Se vienen momentos de bordar fino y repensar cuáles son las alianzas que convienen al país, pero no hay que perder de vista que la Alianza constituye una apuesta a un cambio de realidad dentro de las estructuras políticas existentes. De fallar este camino, el país tendría que enfrentar otra realidad: la de la confrontación abierta y directa con los llamados poderes fácticos.
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