La ausencia de “La Maestra”

PVEM

Por primera ocasión desde 1989, Elba Esther Gordillo no fue protagonista en acto alguno con motivo del Día del Maestro. El 15 de mayo, el actual líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Juan Díaz de la Torre, en el evento oficial realizado en Los Pinos, se unió al presidente Peña en una serie de elogios para la reforma educativa. Un día antes, el sindicato aceptó un incremento salarial de 3.9%, cifra menor al 4.25% conseguido en 2012. El relevo de “La Maestra” ha significado el alineamiento de un SNTE que, durante las dos administraciones federales panistas –y, de hecho, desde 1997 en que comenzó a actuar como si fuera independiente del gobierno-, ejerció una política de chantaje corporativo sobre la Presidencia de la República todavía más eficaz de como lo hizo en tiempos pre-transición. Pretender continuar esa estrategia con el gobierno actual, un gobierno con clara vocación de poder, le costó la cabeza a Gordillo. Más allá de estos hechos, ¿qué ha significado en realidad la ausencia de “La Maestra”?
Tras la aprehensión de Gordillo, la opinión pública se volcó en elogios al presidente Peña por la decisión y al procurador Murillo Karam por su exitosa implementación. Unos días después, Peña Nieto aseguró que no habría intereses intocables en su mandato, lo cual pudo haber dado a entender la posibilidad de otros golpes contra actores tan o más rancios como “La Maestra”. El primer gran efecto de esa acción fue el alineamiento de todos los demás actores políticos y económicos, lo que demostró la credibilidad del actuar presidencial. En todo caso, lo extraño fue la dilación con que actuó en casos mediáticamente muy sonados, como el de la destitución de Humberto Benítez Treviño de la PROFECO por el escándalo ya de todos conocido. Por otro lado, en el caso del sindicalismo magisterial, la dinámica de control corporativo del profesorado no se modificó sino que, más bien, ha comenzado su “tradicional” ciclo de destrucción-construcción encarnada en la decapitación de liderazgos incómodos y su suplantación por esbirros más dóciles (fueron las historias de Jesús Robles Martínez (1972), Carlos Jonguitud (1989) y de la misma Elba Esther). Recién cayó Gordillo, Juan Díaz fue señalado como parte de la red de complicidades de la lideresa en el uso indebido de los recursos sindicales cuando fungió como secretario general del organismo. Hoy pocos recuerdan eso. En este sentido, tampoco se espera una conducta distinta en materia de transparencia respecto al destino y aprovechamiento de, por ejemplo, los 2,600 millones de pesos encontrados en las cuentas del SNTE por la Unidad de Inteligencia Financiera de Hacienda antes de armarle el expediente a Gordillo. Además, cabe recordar cómo la reforma laboral de 2012 no contempló ni la democracia, ni la transparencia sindical—dada la intervención de los legisladores del PRI, el Partido Verde y el PANAL (franquicia partidista cuya secretaria general es la hija de “La Maestra”, la senadora Mónica Arriola). La acción contra la Maestra fue de orden político y, con el realineamiento y disciplina del conjunto de actores en la sociedad, logró enteramente su objetivo.
Dicho lo anterior, queda la inquietud surgida a la luz del incremento en el número y la beligerancia de las movilizaciones de la disidencia magisterial so pretexto de la reforma educativa. Si bien los inconformes actuales también fueron sus enemigos, “La Maestra” desempeñaba un papel de control y disuasión sobre la misma disidencia, ya sea por el despliegue de sus redes de choque o, incluso, por su simple figura: los usaba para sus propios propósitos. La ausencia de un liderazgo poderoso (y amenazante) como el de Elba es una pieza faltante en el rompecabezas del control corporativista autoritario, en su nueva era. Por supuesto, esto choca con la aspiración, al menos formal, de construir un régimen democrático, donde el corporativismo resulta nocivo. La gran pregunta es cómo se conciliarán el discurso democrático, el Estado de derecho, la paz y el orden y, en el caso del magisterio, la garantía al respeto de los derechos y libertades (no libertinajes) legítimos de los docentes. Se requiere un cambio cultural donde las conquistas sindicales se sustenten en el mérito y la calidad de sus agremiados, y no en la fuerza de los palos, las piedras y, sobre todo, la corrupción y la impunidad. Sin duda, esto llevará tiempo y tardará más mientras no seamos contundentes como sociedad en decidir actuar –y el gobierno en hacerlo posible.

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