La contienda presidencial

Democracia

Nadie sabe quién va a ganar la contienda presidencial del año próximo en México, pero ocho meses en estos asuntos son una eternidad. Aunque el candidato del PRI tiene una delantera en este momento, nada está escrito y todo son posibilidades. Cada partido construye sus opciones de acuerdo a sus circunstancias y peculiaridades y en todos hay una competencia más abierta o más soterrada. Al final del día, lo crucial es quién será capaz de conquistar a un electorado cada vez más escéptico y, sobre todo, concentrado no en quién va a ser sino en qué hay que hacer.
México se encuentra en varias encrucijadas simultáneas. Aunque ha tenido periodos económicos buenos, la economía no ha logrado una transformación integral desde mediados de los sesenta, luego de cuarenta años de crecimiento elevado y sostenido. Una sucesión de reformas electorales permitieron tener elecciones limpias y, con una excepción, indisputadas. Sin embargo, la democracia mexicana adolece de fallas estructurales profundas que requerirán un gran pacto nacional para poder lograr consolidar una nación de leyes. En una palabra, treinta años de reformas liberalizaron a la economía, construyeron una enorme capacidad exportadora y abrieron espacios de disputa política legítima, pero todavía no se ha logrado una consolidación integral
La gran pregunta es por qué ha sido tan difícil lograr una transformación. Parte de la razón tiene que ver con la ausencia de un modelo a duplicar como el que existió en España con sus vecinos europeos. Por su parte, las reformas fueron contradictorias en tanto que su objetivo, al menos al inicio, era la recuperación de la economía pero sin modificar el statu quo político, es decir, sin que perdiera el PRI. El hecho es que México navegó con reformas incompletas, con objetivos contradictorios y con tres presidentes que nunca habían sido operadores políticos y que no estuvieron a la altura de las circunstancias.
Los tres retos fundamentales son: seguridad, crecimiento económico y empleo. Para enfrentarlos, el país requiere una nueva manera de gobernarse, una nueva concepción del poder. Entre los candidatos que hoy se disputan las nominaciones de sus partidos hay de todo: unos proponen recrear el viejo sistema político, otros quisieran construir un nuevo marco institucional y otros más confían en la fuerza de su liderazgo personal como medio para lograr la transformación requerida. Lo que me parece evidente es que es imposible construir un país estable y viable con el andamiaje autoritario de antaño, es decir, con el mundo de privilegios y prebendas que prevalece.
En una era en que los países ricos están en crisis y los antes pobres crecen de manera sistemática, México se ha quedado rezagado en una situación estable pero inevitablemente conducente a una generalizada desazón. A pesar de que, en general, ha llevado a cabo más reformas que las naciones denominadas como BRICS, México no ha logrado generar un espíritu positivo y optimista entre sus ciudadanos. El mensaje es brutal: México tiene que completar su transformación estructural y cultural porque ninguna de las dos es suficiente. Y para ello se requiere un liderazgo creíble: susceptible de convencer y construir un nuevo camino. No hay caso exitoso sin liderazgo competente e inteligente.
Aunque hay matices y estrategias particulares que distinguen lo que ha impulsado al desarrollo a los diversos tigres y jaguares asiáticos, latinoamericanos y ahora hasta africanos, la realidad es que el camino hacia el desarrollo es conocido y no muy contencioso. Lo complejo es adoptarlo e instrumentarlo. El problema es que las sociedades autoritarias (como China), las democráticas (como Brasil) y hasta las complejas (como India) han logrado avanzar hacia el futuro mientras que México sigue en las disputas por el poder de antaño. El reto de México es menos de definición que de instrumentación y eso requiere una estrategia de transformación política.
El fin de la era del PRI dejó como fardo un sistema ineficiente para la toma de decisiones y encumbró a un conjunto de entidades, grupos, sindicatos y empresas que han terminado por paralizar al país. La paradoja es que el país acabó con una estructura política sin contrapesos democráticos pero con vetos por doquier. Cualquier pretensión seria de gobernar tendría que comenzar por plantearle al electorado una estrategia convincente en esta dimensión y eso, en esta era, implica no una estrategia partidista sino una coalición de fuerzas y capacidades: los políticos y tecnócratas más experimentados y con una visión integral, susceptible de arrojar resultados muy distintos al final del próximo sexenio.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.