Entre el 17 y el 23 de septiembre pasados, Enrique Peña hizo su primera gira internacional que lo llevó a Guatemala, Colombia, Brasil, Chile, Argentina y Perú. En retrospectiva, este recorrido tiene pocas novedades que ofrecer. Hace seis años, también como presidente electo, Felipe Calderón realizó básicamente las mismas visitas, con las adiciones de El Salvador, Honduras y Costa Rica. Ahora bien, ¿por qué elegir América Latina y no otra región o país (como Europa o Estados Unidos) para hacer su pre-presentación oficial ante la comunidad mundial?
Ciertamente, la relación más importante de México en el exterior, no sólo en lo político, económico y social sino, incluso, cada vez más en lo cultural, es con la Unión Americana. No obstante, es probable que, en el caso de Peña Nieto, la decisión de no visitar Estados Unidos por el momento se deba a un cálculo político cauteloso en la que una visita presidencial a la mitad de una contienda electoral no sería apropiada y podría entrañar situaciones embarazosas, sobre todo en caso de que el próximo interlocutor del gobierno mexicano resulte ser distinto al presidente Obama. La prudencia explica una decisión enteramente lógica.
En cuanto a la decisión de ir en primer lugar a América Latina, este análisis no pretende entrar en un debate sobre la importancia de la vinculación y vocación latinoamericana de México, sino en la revisión de una lista de naciones limitada en su inventiva y fácil en su ejecución. El equipo del presidente electo seguramente apostó por países seguros, con quienes México tuviera intereses estratégicos como intercambiar (si bien no necesariamente imitar) experiencias en materia de seguridad con Colombia, en el rubro energético con Brasil, o en el de política social con Chile. Tampoco era el caso meterse en demasiadas honduras al visitar sitios como Venezuela o Cuba, otrora justificables si se trasplantara la caduca retórica no alineada de hace medio siglo. Por otra parte, aunque son las relaciones materiales las que tienen mayor peso específico dados los frutos y la importancia de una estrategia cooperativa –como la que tenemos con América del Norte—, en la diplomacia también cuenta la promoción de las relaciones cordiales y la concordia regional en múltiples dimensiones. Además, en su aspecto más superfluo es algo que se puede hacer sin cargo, sin demasiadas responsabilidades.
Para bien o para mal, Latinoamérica guarda aún una relevancia simbólica para la diplomacia mexicana, aunque la relación tienda a caracterizarse más por las buenas intenciones y los esfuerzos limitados. Por otro lado, las aproximaciones con nuestro socio comercial más grande, y de cuya economía depende buena parte de nuestro empuje productivo, tienen un carácter crecientemente complejo. Ante la crisis económica internacional, el descontento de varios estadounidenses por la transferencia de empleos de su país a zonas más competitivas en cuanto a mano de obra –como México—, el fenómeno trasnacional del narcotráfico y la cooperación bilateral, entre otras cuestiones, lo mejor es privilegiar la cautela.
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