¿Qué papel juega la incertidumbre dentro del quehacer político?
En una de sus memorables intervenciones en la escalada hacia la invasión de Irak, Donald Rumsfeld argumentó que “hay cosas conocidas que se conocen, hay cosas que sabemos que sabemos, y hay cosas conocidas que no conocemos, es decir, cosas que sabemos que no sabemos. Pero también hay cosas que no sabemos que no sabemos”. Aunque parezca trabalenguas, el secretario de defensa exponía una realidad para cualquiera que se aventura hacia tierras y circunstancias desconocidas. Los gobernantes, empresarios e inversionistas enfrentan estos problemas de manera cotidiana porque nunca es factible tener toda la película de lo que vendrá. Esa incertidumbre se ha agravado de manera dramática en los últimos años.
Aunque comienza a despertar, la economía europea experimenta tiempos aciagos; Estados Unidos amenaza con entrar en la etapa descendente de su ciclo económico y China parece, finalmente, darle la razón a los Casandras con tasas menores de crecimiento. Los precios del petróleo, el fortalecimiento del dólar y el agravamiento del peso luego de la fallida Ronda Uno y el creciente déficit fiscal no han hecho sino enturbiar un panorama ya de por sí nublado.
Cada uno de estos temas entraña su propia complejidad, pero es la combinación la que preocupa y provoca enorme incertidumbre. También explica la combinación de temor y desconfianza que caracterizan al país en estos momentos. El único que parece no notarlo es el gobierno.
¿Qué preparación es necesaria para enfrentar esa combinación de complejidades?
En su libro Mass Flourishing, Edmund Phelps, premio Nobel de economía, argumenta que el entorno favorable a la innovación fue el detonador del crecimiento económico a partir del siglo XIX. Esta tesis, similar a la de Deirdre McCloskey en Dignidad burguesa, implica que donde existe un entorno de aprecio social y apoyo a los creadores e innovadores la economía prospera. Me pregunto: ¿qué ha hecho el gobierno actual ya no para promover la innovación, algo complejo en sí mismo, sino al menos para generar un entorno de confianza para el empresariado nacional y para potenciales innovadores futuros? No cabe ni la menor duda que la devaluación del peso responde a factores externos, pero es absurdo ignorar los internos que la agravan por minuto.
Según Phelps*, la innovación está disminuyendo debido al exceso de regulaciones que abruman al productor de manera creciente en el mundo. Afirma que cada vez que se agrega un mecanismo de regulación o protección se reduce la capacidad de innovar: el extremo son los sistemas políticos corruptos que protegen rentistas de cualquier color. Phelps observa que los sistemas escolares han abandonado las fuentes de inspiración que favorecían la innovación y el surgimiento de gente creativa. El abandonar la lectura de los clásicos y, sobre todo, la exaltación del mérito individual a través de lecturas e historias de descubridores, exploradores, científicos, empresarios y, en general, gente exitosa, ha tenido el efecto de aplacar la imaginación y la creatividad, factores clave del crecimiento económico en esta etapa del mundo.
Por su parte, Carles Boix** argumenta que, al experimentar cambios tecnológicos (como la introducción de nuevos sistemas de irrigación), las sociedades basadas en agricultura primitiva experimentaron cambios sociales que produjeron resultados políticos distintos. En su nomenclatura, quienes se beneficiaron o supieron aprovechar las nuevas tecnologías fueron los “productores”, que evolucionaron hacia la construcción de regímenes políticos que hoy llamaríamos republicanos, con líderes electos, una asamblea legislativa y un sistema de gobierno que los protegiera de los perdedores. Ahí donde triunfaron los productores, como en muchas ciudades griegas y las ciudades-estado de Europa, la sociedad acabó privilegiando el crecimiento económico, la productividad y la competencia.
¿Quiénes quedan del otro lado de esa dinámica?
Quienes quedaron en desventaja y perdieron frente a los productores -Boix los llama pilladores o saqueadores- se dedicaron a pelearse por las migajas, creando un entorno hobbesiano de inseguridad, lo que llevó a preferir gobiernos monárquicos o dictatoriales que protegiesen el statu quo, obligaran a los productores y al gobierno mismo a proveer comida, trabajo e ingreso y garantizaran la existencia de mecanismos defensivos y de protección para los perdedores. Las sociedades en que ganan los pilladores propician tasas menores de crecimiento y el florecimiento de sistemas de privilegios que distorsionan la competencia, impiden la innovación y el cambio tecnológico. En México no hay duda que los pilladores siempre gozan del apoyo gubernamental.
Estas consideraciones históricas son relevantes porque muestran que las fuentes de estancamiento y vulnerabilidad no son nuevas. La incertidumbre internacional no puede esconder la enorme desconfianza que ha procreado este gobierno y sus malas decisiones y ayuda a entender las fuentes de nuestro estancamiento y la vulnerabilidad en que se encuentra el país frente a la incertidumbre que caracteriza al mundo en estos días.
¿Competir e innovar o proteger y preservar? ¿Buscar elevar la productividad o elevar el salario por decreto? El deterioro es creciente; el súbito cambio de tendencia en la depreciación del peso debería llevarnos a todos a reconocer que lo que está de por medio es el desarrollo del país: la confianza, corazón del desarrollo, ignorada los 3 años pasados. En contraste con la alocución de Rumsfeld, las causas de nuestra situación son perfectamente conocidas.
*What is wrong with the West’s economies? **Orden político y desigualdad
Leer artículo publicado en Reforma
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