En la primera semana de abril los resultados de un sondeo publicado por Reforma acerca de los niveles de aprobación del presidente Peña Nieto, generaron polémica debido al sensible desfase entre la opinión de quienes el diario etiquetó como “líderes” –suponiendo reflejar al denominado “círculo rojo”—, y la de los “ciudadanos” –o población abierta (círculo verde en el lenguaje de Fox). De acuerdo con el levantamiento, 78% de los “líderes” manifestaron su aprobación a la gestión presidencial. Por el contrario, apenas 50% de los “ciudadanos” dieron un veredicto positivo al mandatario, un índice menor al que registraron sus antecesores tras sus primeros días de gobierno (Calderón registró 57% de preferencias, mientras Fox llegó hasta 70%). ¿Qué podría explicar esta (aparente) diferencia de impresiones entre los públicos que consultó Reforma? A continuación se analizan algunos factores que podrían acercarnos a una respuesta.
El dato de la alta aprobación del “círculo rojo” no sorprende si se consideran varios puntos. Por ejemplo, esta administración ha logrado sentar una agenda de reformas que los especialistas consideran cruciales para impulsar el desarrollo del país; ha dado golpes de autoridad con el objetivo de recuperar la imagen de un gobierno efectivo; y ha consolidado el control de la discusión pública desde el gobierno (sacando algunos temas de ésta). Por otra parte, descifrar los “por qués” de los relativamente bajos índices de aprobación del presidente entre la población abierta después de cuatro meses de gobierno es un poco más complicado.
Podría decirse que los resultados de Reforma no coinciden del todo con encuestas similares llevadas a cabo más o menos al mismo tiempo. Si se comparan las cinco encuestas disponibles al respecto (Buendía y Laredo, Parametría, Mitofsky, GEA-ISA y Reforma), ésta última tiene el menor nivel de aprobación. Sin embargo, y más allá de las diferencias, como puede observarse en la gráfica inferior, en el mejor escenario (encuesta Parametría, más su respectivo margen de error representado en la línea amarilla) la aprobación sobre la gestión de Peña Nieto alcanzaría sólo 62.5%
Dos elementos que interactúan entre si y podrían ser importantes para dilucidar por qué el gobierno no ha causado la misma impresión entre el “círculo rojo” y la sociedad en general son: 1) los mensajes sobre las reformas y sus respectivas promesas o proyecciones aún no impactan en la vida de los ciudadanos; y 2) existe una desconfianza respecto a la comunicación gubernamental y sus herramientas –particularmente la publicidad oficial, cuya efectividad valdría la pena revaluar. Otro elemento que no se puede descartar es una decepción en la ciudadanía respecto al quehacer de los gobernantes. No es trivial que tan sólo el 52% de los encuestados por Reforma estén a favor del Pacto por México. Tampoco es irrelevante que el lenguaje que ha empleado el gobierno atienda con mayor claridad al segmento más educado, en detrimento de la población en general. De lo que no hay duda es que estamos experimentado un fenómeno exactamente inverso al que ha caracterizado al país desde los noventa.
Ahora bien, ¿qué tanto debiera preocuparle al gobierno el resultado de estas encuestas? Hasta el momento, la estrategia de comunicación parece estar centrada en apuntar hacia ganar la confianza y aprobación de empresarios y opinadores, tanto en México como en el extranjero para, entre otras cosas, restaurar la imagen del país como una fuente atractiva de inversión. No obstante, este discurso podría perder congruencia si la opinión de la población en general sigue siendo poco favorable. Incluso si el PRI lograra –como se vislumbra—victorias convincentes en la mayoría de los comicios locales de julio próximo en casi la mitad de los estados de la República, ello no necesariamente significaría un incremento en la aprobación del gobierno federal –aunque, según se maneje, podría ser más oxígeno para Peña. Lo cierto es que la única vía certera de aprobación sustentable de la población es lograr transformar de forma positiva su realidad. Hasta hoy, lo que ha cambiado son las percepciones, no la realidad: antes las percepciones eran negativas, hoy son positivas, pero la realidad sigue siendo igual. Esa será la medida última del resultado de la gestión gubernamental.
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