Para la realización del siguiente experimento se necesitan dos ranas vivas y un candidato presidencial en campaña. Advertencia a la Sociedad Protectora de Animales: uno de los batracios será sacrificado durante la investigación, el otro sufrirá quemaduras leves. Ponga a hervir a fuego lento una olla con agua templada y sin tapadera. Coloque en el recipiente a una rana, al otro animal manténgalo cómodo en una pecera. La temperatura del líquido se elevará poco a poco.
El experimento busca comprobar que las ranas, a diferencia de otros animales, no tienen un termostato corporal que les permita percibir los cambios graduales de temperatura. En el fondo de la olla se empiezan a formar diminutas burbujitas de aire que trepan con velocidad a la superficie del agua. Esta es la primera señal de que el líquido se aproxima a su punto de ebullición. Desde que la rana entró al recipiente la temperatura ha subido más de 70 grados centígrados, pero ella no se inmuta. Bastaría un leve impulso de sus ancas para salvar la vida, pero permanece quieta. Pasan unos minutos. El agua hierve. La rana muere. Saque al otro batracio de la pecera y arrójelo a la olla hirviendo. La rana cae al agua pero su cuerpo distingue un cambio brusco de temperatura. La segunda rana salta de la olla y sobrevive. Los resultados confirman la hipótesis.
En la réplica del experimento anterior no se hará daño a nadie. Observe al aspirante presidencial que lleva 40 meses adelante en las encuestas. Con la cabeza caliente y la lengua floja, el candidato profiere un desafortunado insulto al Presidente en turno. Sus adversarios aprovechan su arrebato verbal y montan una eficaz campaña negativa en su contra. El primer lugar se desliza en los sondeos. Se aproxima un debate presidencial y el candidato puntero decide que sus adversarios no son de la estatura de su oratoria. Con todo y desaire se lleva a cabo el debate con la silla vacía. Por default y méritos propios uno de los asistentes gana el duelo verbal. Nuevas encuestas demuestran que la caída en las preferencias electorales del puntero no es un episodio, sino una tendencia. Hace un mes la elección presidencial parecía tener un ganador claro. Hoy es una competencia cerrada con pronóstico incierto.
López Obrador es como la rana en la olla. Las circunstancias de la campaña cambiaron radicalmente y el perredista no se inmuta. Las encuestas le traen malas noticias y acusa de conspiración al mensajero. La culpa nunca es del Peje sino de los que le hacen complot. La temperatura se eleva, sus ambiciones políticas están en riesgo y AMLO no modifica sus estrategias. El mayor acierto de Felipe Calderón como candidato presidencial no han sido ni sus propuestas ni su desempeño en el debate, sino su capacidad para decir: “me equivoqué”. Cuando su campaña estaba en el hoyo, Calderón supo hacer los cambios necesarios para enmendar el rumbo.
Al igual que AMLO, el presidente Fox también sufre del complejo de la rana sin termostato. Mientras escribo estas líneas escucho en mi ventana los cláxones de los automovilistas que se quejan por el paro sindical del viernes al mediodía. La desgracia de los mineros de Michoacán, la impunidad de los líderes sindicales corruptos y el ruido en mi ventana se deben a la incapacidad presidencial para reconocer sus errores y rectificar estrategias. La terquedad es el peor aliado de la torpeza. Me permito hacer un psicoanálisis amateur: creo que a AMLO le cuesta reconocer sus errores por la profundidad de sus convicciones sociales, admitir una falla traicionaría su causa. Vicente Fox no puede aceptar una decisión mal tomada, porque traicionaría su optimismo cuasi religioso de que “México ya cambió”. En ambos, el idealismo es la materia prima de la obstinación. El futuro del país requiere de un liderazgo político, menos idealista y más pragmático.
En los últimos seis años hemos visto una cantidad enorme de errores y muy pocas rectificaciones. El próximo presidente de México seguro cometerá muchas metidas de pata. Ojalá y tenga los reflejos para saltar del olla antes de que hierva el agua.
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