La historia bien podría llamarse “Crónica de una muerte anunciada”. El paquete fiscal aprobado por los diputados ayer será capaz de tapar el hoyo fiscal de 2010, pero el costo podría ser muy a1to porque el país seguirá recaudando sólo entre 12 y 14% del PIB. Esto podría tener un impacto en temas delicados como lo son: la calificación crediticia del país, la contracción en las inversiones (tanto domésticas como extranjeras), el encarecimiento del crédito y el estancamiento del mercado interno.
Si bien el paquete fiscal propuesto por el Ejecutivo no era la panacea, contaba con dos elementos positivos: disciplina fiscal y el primer impuesto generalizado y etiquetado en México. Los diputados frenaron estas dos propuestas. El resultado, una Ley de Ingresos que se encomienda a los dioses para que el precio y la producción del petróleo no se caigan, y que en caso de que sí lo hagan, sea posible recurrir a deuda para financiar el gasto corriente. De democratizar la recaudación y de eliminar, o moderar, los regímenes especiales ni siquiera se habló seriamente.
Esta Ley de Ingresos consolida a México como un caso de estudio. Uno en el que las prioridades políticas no se alinean con las realidades económicas. Uno donde lo urgente y coyuntural se superpone a los importante y estructural. Y, finalmente, un país donde la reforma fiscal real parece imposible.
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