La renovada relación del PRD con el gobierno.

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La polémica sobre la miscelánea fiscal aprobada hace unos días por el Congreso de la Unión, no sólo se remitió a su contenido, sino a las formas políticas que le dieron vida. En algo inusual en un país donde la disciplina legislativa es férrea característica de los partidos políticos, la primera parte del Paquete Económico 2014 pudo transitar vía la división interna del PRD sobre el tema. Ahora bien, esto más que constituir un síntoma de escisión irreparable de las bancadas legislativas perredistas, muestra una igualmente infrecuente capacidad de negociación de ese partido, el cual ha sabido obtener ciertas ventajas de su participación en el Pacto por México. Es muy probable ver al perredismo unificado –en la medida de lo posible—y “reconciliado” con los otros partidos y movimientos de izquierda, al momento de los debates acerca de la reforma energética. Entonces cabe preguntarse: ¿qué obtuvo el PRD de su acercamiento con el gobierno?
Dado el voto a favor de un sector de sus congresistas a la Ley de Ingresos, el PRD no nada más habrá negociado la obtención de mayores recursos para las entidades donde es gobierno (Distrito Federal, Tabasco, Guerrero, Morelos, Oaxaca), sino que adquiere un protagonismo casi inédito en la toma de decisiones nacionales. Esto resulta particularmente contrastante con el sexenio anterior donde, a pesar de haber participado en un fenómeno muy relevante como fue el de las gubernaturas ganadas vía las alianzas con Acción Nacional, quienes encabezaban el gobierno federal panista siempre fueron renuentes a tender vínculos políticos con el perredismo. Así, a diferencia de la administración Calderón que optó por cerrar con doble candado la relación con el PRD –el presidente siempre se opuso a las alianzas mencionadas—, la presidencia de Peña emprendió casi como su primer acto de gobierno el acercamiento tanto al panismo como al perredismo. A la fecha, esto explica en buena medida –además de las capacidades negociadoras de los principales actores priistas en el Congreso—, el éxito en el tránsito de casi todas las reformas propuestas por el Ejecutivo.
Asimismo, el PRD, favorecido un tanto por el orden en el cual han sido discutidas las reformas, tiene la oportunidad de capitalizar su voto a favor de la miscelánea fiscal, no sólo en términos del impulso a parte de su agenda social, sino en el borrado de su etiqueta como “el partido que siempre se opone a todo”. Paradójicamente, aunque el PAN añora ser catalogado como tal, ha sido el PRD quien ha podido asumirse mejor como una oposición responsable que puede criticar, pero a la vez apoyar los proyectos del Ejecutivo en donde haya coincidencias con sus intereses e ideología. El PRD no tendrá problema en haber votado el tema fiscal aduciendo, igual que el PRI, que se combatirá la desigualdad y la pobreza, mientras unas semanas después estará continuando su retórica opositora a la reforma energética. En ese instante, los perredistas pretenderán eliminar cualquier imagen de colaboracionismo con el gobierno, y así recuperar cierta legitimidad ante sus simpatizantes. Queda por verse si un futuro liderazgo perredista, distinto al de “los Chuchos” logra mantener esa vertiente, factor que sin duda constituye el activo potencial más importante del PAN frente al gobierno.
Por último, en lo concerniente a la vida interna del partido, la negociación de recursos para el PRD, a través de sus distintas modalidades (bancadas parlamentarias, presupuesto a entidades, programas sociales), favorecerá–igual que en el caso del PAN—primordialmente a su dirigencia, encabezada por el grupo de los denominados “Chuchos”. Esto les dará una importante ventaja frente a otros actores dentro del perredismo que aspiren a arrebatarles el liderazgo cuando el PRD renueve sus órganos de gobierno en el primer semestre de 2014. No obstante, la apuesta de la cúpula perredista tiene sus riesgos. Al asumir mayores responsabilidades de gobierno, el PRD también estaría pagando sus costos. Eso podría generar terrenos fértiles para la radicalización de ciertos grupos, no nada más aquellos vinculados con López Obrador, sino con manifestaciones de carácter antisistémico. Lo cierto es que no faltará quien acabe apelando al término “PRI-rredismo”.

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