Quizá el síntoma más claro de que la etapa del desencanto con la administración Calderón está llegando sea la cantidad de notas sobre la sucesión presidencial del 2012. A más de cuatro años de distancia, los suspirantes de los principales partidos se posicionan. A decir verdad, fueron los perredistas –AMLO y Ebrard, que no dejan de apostar a la caída anticipada de Calderón– los primeros en abrir públicamente sus cartas. En el PRI varios afilan cuchillos, Beltrones que ha construido su candidatura desde el Congreso, Beatriz Paredes que tiene el poder que le otorga su control sobre las listas de diputados para el 2009, y Peña Nieto que tiene el dinero y el respaldo de varios gobernadores. En el PAN el correo político se apresura a declarar muerto a Mouriño, y vivos a Germán Martínez y al gabinete social. Lo cierto es que la sucesión adelantada resta gobernabilidad al país, es un factor corrosivo que minó la administración de Fox y que, al refrendarse en la administración Calderón, parece revelar un mal endémico (que incluye la falta de cuadros convincentes) al sistema político mexicano.
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