La tentación de la irresponsabilidad hacendaria en tiempos electorales.

Energía

Diversos teóricos políticos han escrito sobre las tentaciones de los gobiernos en periodos electorales de gastar mucho más de lo que deberían, con miras a lograr el mejor resultado posible en los comicios venideros. Más programas de apoyo, más infraestructura y más publicidad, son sólo algunas de las formas en que comúnmente derrochan los gobiernos sus recursos previo a una elección. Estos intentos de convencer al electorado a través del gasto gubernamental no se pagan solos, y si no se financian con más impuestos tiene que hacerse con más deuda. En México, hemos tenido un historial lúgubre con el manejo de la deuda. Este fantasma parecía superado desde mediados de la década de 1990, pero ahora vuelve a merodear el escenario económico nacional. Tras el seguimiento que algunos medios le han hecho al crecimiento de 119 por ciento de la deuda contratada por el gobierno mexicano en estos primeros nueve meses del año, queda la interrogante de si la Secretaría de Hacienda  podrá controlar la adicción de administraciones federales pasadas por el fácil recurso del endeudamiento, la confianza en las exportaciones petroleras con un tipo de cambio que tiende a debilitarse (y con un precio del crudo tendiente a la baja), y una ineficiente aunque jugosa recaudación sobre el ahorcado sector productivo.
Aunque los niveles de deuda del gobierno en México siguen siendo bajos en comparación con los de otros países más desarrollados –los requerimientos financieros del sector público (RFSP) en México son del 42 por ciento del PIB, frente a 55.7 por ciento en Alemania, 60.4 por ciento en España, 81.3 por ciento en Estados Unidos y 134.1 por ciento en Japón –y México cuenta con un importante sector exportador- el creciente endeudamiento del gobierno debe tomarse con cautela. La administración Peña ha mostrado que considera el gasto gubernamental como una herramienta decisiva en su forma de hacer política, al buscar la aceleración económica con ello. Sin embargo, aunque se han presentado dividendos a nivel de los acuerdos políticos –como en el caso de las reformas de 2013—, hasta el momento no se han producido resultados satisfactorios en términos de fomento económico.
La Secretaría de Hacienda ha explicado en varias ocasiones que ha gastado mucho más que en 2013, pretendiendo compensar la torpeza en el ejercicio del gasto de ese año, y así impulsar una alicaída economía. Empero, el país sigue creciendo a tasas muy pequeñas. Si se está endeudando el gobierno más para poder gastar más, pero no se están teniendo resultados, ¿en qué está gastando el gobierno? Más aún, si los sectores productivos fueron exprimidos por una legislación fiscal equivocada en 2013 que no ha incentivado ni la formalidad, ni la competitividad, ni la productividad, ¿por qué dichos sectores no han presionado con mayor vigor para hacer más responsable al gobierno en su forma de gastar?
2015, siendo año electoral, conlleva muchas presiones para que el gobierno dé resultados so pena de ser castigado en las urnas, elevando la tentación de destinar cada vez más recursos a actividades proselitistas, sin importar el impacto negativo que esto pudiera tener sobre la economía mexicana. Satisfechos con la argumentación de que los niveles de endeudamiento del gobierno son pequeños, y buscando formas de compensación a la miscelánea fiscal vigente, el electorado mexicano tiende a solapar una política arriesgada que descansa sobre la promesa de que la economía va a (finalmente) crecer de manera acelerada con las cuantiosas inversiones que llegarán producto sobre todo de la reforma energética. En un entorno de precios del petróleo decrecientes, una producción petrolera nacional deteriorada, y una esperada alza en las tasas de interés de Estados Unidos, sin mencionar las implicaciones económicas de una parálisis e incertidumbre más compleja en el Congreso estadounidense tras la derrota del partido del presidente Obama en las recientes elecciones legislativas de medio periodo, el gobierno mexicano tendría que contemplar que tal vez no lleguen tantas inversiones como esperan. Por más margen de maniobra que se tenga en la actualidad, un escenario más complicado exige una mayor prudencia del gobierno en el ejercicio de los recursos para no repetir errores dolorosos del pasado.

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