La provincia no es un territorio geográfico sino un estado mental. “Provinciano es aquel -dice Ryszard Kapuscinski- cuyo pensamiento está centrado en un limitado espacio al que el individuo en cuestión le atribuye una importancia desmesurada, universal”. Quien confunde el patio de su casa con un continente ha caído en la trampa del provinciano. Absorto en su confusión, el aldeano mira su propio ombligo como el centro del cosmos y se aísla del mundo. El debate público en México padece de este ensimismamiento parroquiano.
Durante la larguísima campaña presidencial del año pasado, no recuerdo que algún candidato haya pronunciado las palabras “calentamiento global”. Tampoco guardo memoria que los aspirantes a Los Pinos hayan abierto la discusión sobre las amenazas del terrorismo internacional. El cambio climático y los grupos dedicados a sembrar violencia y terror son los temas prioritarios de la agenda mundial. Acá en el rancho grande miramos estos desafíos como si fueran problemas de otra galaxia. Los temas globales nos resultan ajenos.
A principios de febrero, varias ciudades de Europa interrumpieron su consumo de electricidad por cinco minutos para crear conciencia sobre el calentamiento global. En México, la Cámara de Diputados se sumó al apagón simbólico, pero el gobierno federal no se dio por enterado de la manifestación internacional. Al Gore, el ex candidato presidencial estadounidense, realizó el poderoso documental Una verdad incómoda sobre el cambio climático. En Costa Rica, el presidente óscar Arias recibió al político norteamericano para darle mayor difusión a la película. En Inglaterra y España, todas las escuelas públicas de nivel secundaria tendrán copias del documental. En nuestro país, Una verdad incómoda fue una verdad ignorada. En el DF se estrenó en muy pocos cines y en unos días ya sólo estaba en una pantalla por los rumbos de Metepec. La película empieza con un dato contundente: desde que el ser humano empezó a medir la temperatura, los 10 años más calientes en la historia de la Tierra han ocurrido entre 1990 y el 2005. El cambio climático tendrá consecuencias en Veracruz y Shanghái. ¿Cuándo nos empezaremos a preocupar del asunto?
En la mayoría de nuestros noticieros de televisión, los temas internacionales aparecen como una nota de pie de página al final de la emisión. La entrevista de banqueta a un diputado tiene más peso informativo que la guerra en Iraq. El mundo se convierte en noticia sólo cuando hay un desastre natural con imágenes desgarradoras o cuando Hugo Chávez abre la boca para insultar a alguien. La desaparición del hielo en el ártico o el juicio a los terroristas que atacaron la estación de Atocha en Madrid son irrelevantes frente a la barbaridad más reciente de Vicente Fox.
La voz del Jihad, una publicación en internet, anunció que las instalaciones petroleras mexicanas están en la lista de blancos potenciales del terrorismo islámico. La noticia sobre la amenaza interrumpe nuestra autocontemplación y nos obliga a mirar alrededor. No es cuestión de provocar la histeria colectiva, pero tampoco hay que tomar el asunto a la ligera.
En octubre de 2002, cientos de jóvenes se encontraban en una discoteca en la isla de Bali, en Indonesia. Un auto cargado de explosivos se estacionó frente al centro nocturno. Minutos después, en el lugar había cerca de 200 muertos y 300 heridos. Bali es el destino turístico preferido de los jóvenes australianos, como Cancún es la meca del springbreak para los gringos. Indonesia no tuvo participación en la guerra de Iraq, pero un puñado de asesinos decidió que Bali era parte del campo de batalla de su guerra santa. Antes del bombazo, hubiera sonado paranoico suponer que los terroristas preparaban un atentado contra el paraíso turístico.
Hoy también parece absurdo que nos puedan atacar a nosotros. Ojalá que Al Qaeda jamás interrumpa nuestra despreocupada auscultación del ombligo. Con respecto al cambio climático, México tiene el deber de enfrentar el desafío como cualquier miembro de la comunidad internacional. Somos ciudadanos de La Tierra, no vivimos en el ex planeta Plutón, ni en ninguna otra provincia del sistema solar.
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