A la solicitud de “créditos baratos” que hizo el Presidente Calderón la semana pasada, se han unido la petición del Secretario de Hacienda para que el Banco de México medite si su actual política monetaria es la adecuada y la propuesta del Secretario de Economía para que el sector financiero sea uno de los motores de la economía. Esto ha puesto a prueba la autonomía del Banco Central. En un contexto, nacional e internacional, de posible recesión económica, así como de preocupaciones y riesgos, cada vez mayores, de un incremento importante en las tasas de inflación (al cierre de mayo la tasa anual se ubicó en 4.95%), solicitar al Banco de México que recorte sus tasas de interés complica su ya de por sí muy difícil labor. Otra consecuencia de estas demandas es confrontar al banco central con la opinión pública, que podría comenzar a culparlo de la situación económica actual. Paradójicamente, la “petición” presidencial fue el beso de la muerte para la baja de tasas, pues de ceder el banco a esta presión, el gobernador y los vicegobernadores del Banco central perderían toda credibilidad en los mercados. El presidente no se percató del tamaño de la piedra que estaba levantando.
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