En el ideal de las relaciones obrero-patronales, el sindicalismo representa una forma –si bien no la única—de conciliar intereses entre quienes detentan el capital y aquellos que ofrecen su trabajo y deciden actuar de forma colectiva. En la realidad mexicana, por la historia de control vertical, el sindicalismo ha dado origen a dos términos característicos: el “charrismo” (uniones laborales -generalmente de entidades públicas, aunque no siempre- que dicen defender a los trabajadores adscritos al servicio público pero que, en esencia, tienen como objetivo primordial conservar los privilegios de sus dirigencias por medio del chantaje y la colusión con el gobierno, el cual a su vez se beneficia con el control colectivo de los burócratas) y el “sindicalismo blanco” (lo mismo que el charrismo, salvo que el patrón es un particular). Con muy pocas excepciones, sobre todo en servicios, la liberalización que experimentó la economía en los ochenta virtualmente desmanteló, o al menos debilitó brutalmente, a los sindicatos “charros” que afectaban al sector privado. Esto no ocurrió en el sector público, donde la ausencia de competencia determina la fortaleza del sindicado y, por su estructura, de su liderazgo.
Por supuesto que entre el mantenimiento de prerrogativas está la perpetuación de los líderes en sus fuentes de ingreso y control de la entidad sindical. No en vano tenemos liderazgos con duraciones que hubieran sido envidiables para algunos premieres soviéticos. Estas “modalidades” sindicales resultan perniciosas, no sólo desde el punto de vista de la competitividad y la productividad sino, en primer lugar, para los mismos trabajadores. En las recientes discusiones acerca de las reformas y adiciones a la Ley Federal del Trabajo (LFT), el charrismo –estratégicamente colocado a lo largo y ancho del Congreso de la Unión—ha dado una nueva muestra de poder y presencia, como si no hubiera competencia electoral y de otra naturaleza.
A pesar de que en el texto original de la iniciativa preferente estaba incluida la democratización de los sindicatos, ésta no pasó debido no sólo al bloqueo del PRI y sus aliados, sino a la “traición” de varios miembros de la izquierda en San Lázaro. Destaca el caso del diputado del PT, Adolfo Orive Bellinger (otrora priista y colaborador en su momento de presidentes como Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, y de gobernadores como Arturo Montiel), quien no sólo rompió el empate en el voto en la Comisión de Trabajo y Previsión Social pronunciándose a favor de eliminar del dictamen las partes referidas a la democratización sindical (voto libre, directo y secreto para elegir a sus dirigencias), sino que incluso llegó a hacer una vehemente defensa del cuestionado y autoexiliado líder del sindicato minero, Napoleón Gómez Urrutia, “Napito”. No obstante, a pesar del linchamiento del que ha sido objeto por cierto sector de la izquierda y por algunos medios, Orive no fue el único “incongruente”. A iniciativa de la diputada del PANAL, Lucila Garfias, se adicionó la formalización del procedimiento del voto a mano alzada (conocida como votación económica directa) en la elección de las dirigencias sindicales, es decir, la forma menos libre y secreta posible. Claro que la “incongruencia” no cabía en la panalista (ex dirigente de la sección 36 del SNTE que lidera Elba Esther Gordillo), sino en los 66 ausentes (57 de los partidos de izquierda) a la hora de votar la adición en el pleno de la Cámara de Diputados (tal vez por haber sido la votación en la madrugada), facilitando su aprobación por el PRI y sus aliados.
Independientemente de que Calderón estaba limitado (en esta ocasión) por diversos factores –como no poder por ley proponer reformas constitucionales en las iniciativas preferentes (lo cual habría sido muy útil para quitar algunos anacronismos del apartado B del artículo 123 que siguen siendo una loza en la estructura de sectores públicos clave como el energético y el educativo), el PAN se irá de Los Pinos sin haber podido hacerle el menor rasguño a uno de los pilares del régimen autoritario: el corporativismo sindical.
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