Los dilemas del zapatismo

Sociedad Civil

“… el primero es el Mundo (es decir, “nuestro mundo”), el Cosmos.
El segundo es otro mundo, uno extraño, caótico, poblado de larvas,
de demonios, de extranjeros (de extraños)…”
Mircea Eliade

La movilización del EZLN al inicio de este enero, le ha inyectado actividad al escenario político nacional en medio de la calma generada por la tregua decembrina impuesta por el IFE a los partidos y candidatos presidenciales.

Los ecos del zapatour seguramente impactarán el panorama electoral de este año al obligar a los candidatos a definirse claramente en torno a las motivaciones y perspectivas de la agenda zapatista. Pero, definitivamente, los efectos más visibles se darán en la izquierda mexicana en dos de sus principales representaciones político-ideológicas: el propio levantamiento zapatista como efigie de la izquierda radical-revolucionaria y la corriente institucional encarnada por el PRD y su candidato Andrés Manuel López Obrador.

Habría que decir que persiste un matriz claramente intolerante y autoritario en el discurso del EZLN, que podríamos traducir como un rechazo tácito del otro en el juego político. El delegado Zero (antes subcomandante Marcos) ha planteado el abandono de las armas y ha intensificado la crítica a la condición de los indígenas del país. Si bien ha dejado claro que el movimiento no busca el poder político, es claro que sólo a través de la política democrática y sus canales institucionales de participación es posible lograr una representación legítima de los intereses de aquellos grupos excluidos por el “sistema capitalista”.

El repudio de Marcos a la clase política en general, y sobre todo a López Obrador, sólo refuerza el distanciamiento de la población hacia la política y promueve el abstencionismo. Esta reprobación a la política y sus actores institucionales afecta la imagen de todos los partidos y sus respectivos candidatos, pero lastima con particular severidad al PRD -la única organización que mantiene vínculos de simpatía y afinidades programáticas y políticas con el zapatismo-. Curiosamente, en su propósito de desacreditar a la “democracia burguesa”, lo único que logra el EZLN al promover el retiro de los ciudadanos de las urnas, es fortalecer las posibilidades de partidos como el PRI –jurado enemigo de los indígenas, según el delegado Zero- que cuentan todavía con importantes cuotas de voto corporativo. El abstencionismo, señores zapatistas, no fortalece ninguna opción de democracia popular, simple y llanamente favorece el autoritarismo.

La pobreza que aqueja a los grupos indígenas del país es lacerante y poco ha hecho el gobierno para cambiar el status de estas comunidades. Sin embargo, los logros serán mínimos con pronunciamientos o proyectos aislados desde la selva chiapaneca o fuera de ella. El discurso indigenista radical del EZLN es muy eficaz para estimular los resortes emotivos, pero en nada modifica la situación real de estas comunidades.

Por el contrario, su negativa a sumarse a la construcción de una agenda nacional sobre el tema indígena que pudiera ser impulsada por una amplia coalición de actores, un discurso que niega la coexistencia con los “otros” y el totalitarismo de la verdad absoluta del “nosotros los indios” contra la de “ellos la sociedad mestiza, cruel y explotadora”, los aleja aún más de la representación política democrática y de la posibilidad de incidir en las políticas de Estado.

La condición indígena implica, de suyo, el reconocimiento de la pluralidad y de la convivencia civilizada y dialogante entre distintos. El indigenismo radical del EZLN niega esta naturaleza y se instala en una especie de “racismo al revés”, intolerante, nocivo y destructor del capital social.

Con su tácito rechazo a la izquierda lopezobradorista, el EZLN profundiza su aislamiento de la vida política nacional y de las opciones de participación institucional. Mientras el PRD busca desesperadamente moderar su discurso político y alejarse de las ideologías radicales para atrapar el voto cercano al centro político del espectro, el EZLN va por la ruta contraria. ¿Dónde cabría el movimiento zapatista si no es precisamente en esa izquierda, con todas sus insuficiencias y todas sus contradicciones, pero también con toda su diversidad y todos sus vasos comunicantes? Detrás del Ejército Zapatista hay bases sociales, hay comunidades que tienen legítimas expectativas de bienestar y de participación democrática.

Sin embargo, hoy, esta organización no pesa, ni en el discurso y la cuestión indigenista, ni en la escena nacional. Es la hora de salir al encuentro de la política como se hace hoy en las democracias: de frente a los ciudadanos, con apertura, con diálogo, con tolerancia y con votos libres y directos. De no lograr esa transición el EZLN estará condenado al desgaste o a la desaparición o a mantenerse, simplemente, como un curioso experimento político que despierta la fascinación de los altermundistas europeos y de ese puñado que todavía sueña con la “crítica de las armas”. Ahí están los retos de quienes simbolizan la lucha por la causa indígena.

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