Los dos Méxicos

Peña Nieto

México está de moda en los titulares de los diarios, y ahora de manera por demás positiva. En enero se cumplió el vigésimo aniversario de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que creó un mercado excepcional con los Estados Unidos y el Canadá y contribuyó a situar a México en los primeros puestos de exportadores de manufacturas. El programa de reformas del Presidente Enrique Peña Nieto ha sido objeto de la atención mundial y, en los últimos meses, los dirigentes mundiales de los sectores del automóvil y la alimentación han anunciado inversiones de muchos miles de millones de dólares en nuevas instalaciones.
De hecho, en un mundo que ha empezado a preocuparse por las economías emergentes, México destaca como una isla de oportunidades, con una situación fiscal estable y la perspectiva de una demanda en aumento de sus productos, ahora que la recuperación de los Estados Unidos comienza a cobrar impulso. Sin embargo, el México actual presenta también otro aspecto. A pesar del éxito del TLCAN y otros dispositivos de apertura de su mercado, el país ha registrado un crecimiento del PIB relativamente lento. En los últimos veinte años, el crecimiento anual del PIB de México ha promediado un 2,7 por ciento, que es bajo en comparación con el de otras economías emergentes e insuficiente para elevar los niveles de vida de una población.
El factor principal que explica el anémico crecimiento de México es un crónicamente débil ascenso de la productividad. Si México no consigue encontrar pronto formas de lograr una mayor productividad, podría quedarse limitado a una tasa de crecimiento del dos por ciento, en lugar del 3,5 por ciento esperado. El envejecimiento de la población y la disminución de la tasa de natalidad reducirán la incorporación de nuevos trabajadores a la fuerza laboral, la fuente de más de dos tercios del crecimiento del PIB en los últimos decenios.
La solución para el problema de la productividad es fácil de exponer, pero difícil de lograr; el país debe puentear el desfase entre los “dos Méxicos”: la ágil y dinámica economía moderna que surgió a partir de la integración en el TLCAN (el “tigre azteca”) y la economía tradicional de empresas de crecimiento lento e improductivas. Esos dos Méxicos tiran en direcciones opuestas, lo que explica por qué tres decenios de reformas para abrir los mercados, privatizar industrias, adoptar el libre comercio y acoger la inversión extranjera no han logrado aumentar la tasa de crecimiento. Ésa es la conclusión fundamental de nuestra reciente investigación.
El México moderno, enormemente productivo y mundialmente competitivo ha florecido gracias al TLCAN y su proceso de liberación que le anticipó. Actualmente un conjunto de multinacionales mexicanas como, por ejemplo, FEMSA, el Grupo Alfa, el Grupo Bimbo, el Grupo Lala, Mabe y Walmex han llegado a estar a la cabeza de algunos de los mercados más competitivos del mundo.
Pero la liberalización comercial y otras medidas de apertura apenas han afectado al otro México, aquel en el que las empresas tradicionales funcionan con los mismos métodos de producción antiguos y que experimenta una reducción de la productividad laboral. Mientras que la productividad de las mayores empresas modernas ha ido aumentando un 5.8% anual, la de las empresas mexicanas tradicionales –tiendas pequeñas, panaderías, manufacturas poco especializadas– ha ido reduciéndose un 6.5% por ciento. Peor aún: el empleo está aumentando más rápidamente en la economía tradicional, con lo que se está trasladando mano de obra de trabajos con gran productividad a otros con escasa productividad, exactamente lo opuesto de lo que requiere la economía.
La cuestión imperiosa en el México actual es la de si el programa de reformas de Peña Nieto podrá impulsar el crecimiento económico en los dos Méxicos. Se deben abordar dos prioridades amplias:
México debe esforzarse por transformar el sector tradicional de una trampa de escasa productividad y salarios bajos para los trabajadores en una fuente dinámica de crecimiento, innovación y empleo. El porcentaje de trabajadores empleados por las empresas mexicanas de tamaño mediano, potencial motor para la generación de empleo, se redujo del 41 por ciento en 1999 al 38 por ciento en 2009.
México debe crear condiciones para que todas las empresas tengan las mismas condiciones de acceso para poder prosperar; en la actualidad, los mecanismos de regulación sesgan las condiciones a favor de algunas empresas, en tanto que las políticas tributarias y otros obstáculos estructurales limitan la posibilidad de que una empresa se incorpore al sector moderno y perpetúan el sector tradicional e informal.
No hay una varita mágica que pueda trasformar a los propietarios de empresas pequeñas con poco capital y habilidades limitadas en pujantes empresarios emprendedores, pero se pueden crear las condiciones que alienten a más empresas a incorporarse a la economía moderna y formal.
Para comenzar, se deben eliminar los incentivos que premian a las empresas que siguen siendo pequeñas, ineficientes e informales. Por ilustrar, los propietarios de empresas pequeñas contratan el servicio eléctrico como consumidores pequeños y confrecuencia califican para recibir subsidios de hasta el 80 por ciento. Asimismo, los mercados tradicionales y los puestos de venta callejera no pagan IVA. Pese a las reformas recientes del mercado laboral, las limitaciones en materia de despidos y de trabajadores temporales siguen alentando, incluso a las empresas grandes, a contratar trabajadores de tiempo completo a través de terceros (para con ello eludir onerosos costos de contratación).
Otro obstáculo es el acceso al capital. México va muy a la zaga de sus homólogos de los mercados emergentes en materia de acceso al crédito. Hemos calculado que el desfase crediticio anual de México –la diferencia entre el nivel de crédito que las empresas de ese nivel de desarrollo esperarían obtener y el crédito que efectivamente se expide– asciende a 60,000 millones de dólares al año. Tres cuartas partes de dicho desfase corresponde a crédito a empresas pequeñas o medianas que en otras economías crean nuevos productos y servicios y hacen la mayor aportación a la creación de empleo.
Para lograr el segundo objetivo –el de convertir a México en un lugar en el que prosperen las empresas modernas–, el país no sólo debe eliminar obstáculos como, por ejemplo, los regímenes de zonificación urbana que limitan el crecimiento de tiendas modernas, sino también mejorar todo el entorno que requieren las empresas para prosperar y asegurar que se hagan valer los contratos. Pese a la enorme riqueza energética de México, por ejemplo, el costo de la electricidad para los clientes comerciales es un 73 por ciento mayor que el de las empresas en Estados Unidos.
Además, México tendría que invertir 71,000 millones de dólares al año en infraestructura para hacer posible que la economía crezca a un ritmo del 3.5 por ciento. En adición a lo anterior, México tiene que elevare el rendimiento escolar a fin de preparar a la fuerza laboral para que pueda ser empleada en el sector moderno de la economía.
Al sector privado corresponde un papel decisivo para tender puentes entre los dos Méxicos. Incluso en el sector automotriz, en el que los más competitivos del mundo logran elevadísimas tasas de productividad bajo estándares mundiales, el 80 por ciento de las empresas son pequeñas tiendas tradicionales, con menos de diez empleados. Esos subcontratistas realizan trabajos de bajo costo a fabricantes de piezas y ensambladores de escala mundial, pero logran la décima parte de la productividad de los productores del diez por ciento superior.
Algunas empresas mundiales ya trabajan con los pequeños proveedores, facilitando conocimientos técnicos e incluso acceso al capital para la adquisición de nuevo equipo y nuevas tecnologías. México necesita más de este tipo de desarrollo. Lo más importante es que México debe llegar a ser un país en el que quienes no cumplen las reglas sean penalizados y donde las empresas que respetan la ley crecen y prosperan -e inspiran a otras para que emulen su éxito.
Escrito junto con Jaana Remes y originalmente publicado en Project Syndicate.

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Luis Rubio

Luis Rubio

Luis Rubio es Presidente de CIDAC. Rubio es un prolífico comentarista sobre temas internacionales y de economía y política, escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times.