Los inalcances de la reforma laboral

Derechos Humanos

La Comisión de Trabajo y Previsión Social de la Cámara de Diputados ya cuenta con menos de 10 días para emitir su dictamen sobre la iniciativa de reformas a la Ley Federal del Trabajo (LFT), la cual fue enviada con carácter de preferente por el presidente Calderón. Más allá de los conflictos políticos que ciertas partes de la propuesta conllevan –como las cuestiones vinculadas con la vida sindical tratadas en la anterior edición de Semana Política—, es oportuno analizar el contenido del texto desde el punto de vista de los problemas que pretende solucionar y sus verdaderos alcances.
Cabe recordar que la reforma laboral es una de las etiquetadas con el muy gastado término de “estructural”. En la práctica, los intentos por materializar este tipo de modificaciones legales han concluido en misceláneas o piezas legislativas insuficientes y con escaso potencial de impacto. En esta ocasión, la iniciativa acerca de la LFT trae componentes importantes en lo que se refiere a liberalizar el mercado laboral: poder contratar a alguien “a prueba” y/o para un periodo de capacitación, facilitar la reducción de la planta laboral cuando las condiciones productivas así lo ameritasen, o tener figuras de contratación flexibles como el esquema de pago por hora. Como es sabido, muchas de estas cosas ya suceden de manera informal en el ámbito de las relaciones entre empleadores y trabajadores. En este caso, uno de los valores de la iniciativa radica en intentar garantizar que estas cuestiones se regulen y ofrezcan mayor certidumbre a quienes prestan sus servicios.  Por otra parte, hay elementos en las reformas que se enfocan en dar certidumbre a la inversión, como lo es fijar un límite a la duración de las huelgas y una reducción de los costos de los juicios por despidos. Sin embargo, aún con la pertinencia de la mayoría de sus medidas, la propuesta podría quedar corta, en particular si se toma en cuenta la muy ambiciosa visión plasmada en su exposición de motivos. Entre otras cosas, se argumenta que se estaría construyendo un entorno de desincentivos a la informalidad, creación de empleos, incrementar la calidad de dichos empleos, en especial para los jóvenes, así como aumentar la productividad. Sea cual sea el desenlace de este proceso legislativo, se puede anticipar una gran decepción.
La reforma no toca algunos de los principales cuellos de botella a la productividad, a la inversión y a la generación de trabajo. Por ejemplo, uno de los grandes problemas en estos rubros es el rezago que existe en sectores estratégicos como el energético. Comisión Federal de Electricidad y PEMEX tienen conflictos en cuanto a su productividad –versus su potencial real—, a la vez de que mantienen burocracias sindicales muy onerosas –en múltiples sentidos. No obstante, al querer evadir involucrarse en el complicado tema de una reforma constitucional, muchos de los vicios y prerrogativas sindicales que empantanan la maximización de eficiencia de las paraestatales quedarán intactos al no tocarse las regulaciones referentes a los trabajadores al servicio del Estado, es decir, el apartado “B” del artículo 123. Asimismo, existen en la iniciativa algunos supuestos que pueden ser dudosos. Por ejemplo, que más derechos a los trabajadores necesariamente se traduce en una mayor productividad para las empresas (de hecho, uno de los problemas históricos del país es la existencia de “aristocracias” sindicales). En realidad, el problema de fondo de esta y otras iniciativas es que la sociedad mexicana y sus políticos han evadido una necesaria discusión en torno a la productividad y su correlación con el crecimiento económico. Encontrar un equilibrio entre derechos y obligaciones de empresas y trabajadores es de por sí un dolor de cabeza en todas partes del mundo. En el caso mexicano, la discusión tiene un ingrediente que la haría más interesante pero, al mismo tiempo, probablemente más frustrante: los vetustos quistes aún presentes en nuestro sistema y que la famosa “transición a la democracia” ha apenas rozado con exasperante timidez.

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