En las últimas semanas, el PRI, PAN, PRD y Movimiento Ciudadano publicaron sus listas de candidatos a diputados federales por la vía plurinominal. La falta de experiencia y los antecedentes de algunos de los candidatos ha causado controversia (en las listas figuran desde personajes como la actriz Carmen Salinas o el líder sindical del Metro, Fernando Espino). Dado que las listas actuales –más que una agenda de gobierno–, reflejan unas estructuras de partido plagadas de interés particulares, compadrazgos y nepotismo, esto pone en la mesa la interrogante de si realmente son los plurinominales el problema o ¿cuál es el verdadero obstáculo de la representatividad de nuestro legislativo?
Bajo el principio de representación proporcional, cada partido tiene la obligación de elegir una lista de 50 representantes para las cinco circunscripciones en las que está divido el país. Posteriormente estos candidatos “ganarían” un curul en la Cámara de Diputados en función del porcentaje total de votos que reciba su partido. En teoría, la representación proporcional tiene por objetivo evitar la sobrerrepresentación de la mayorías (de no existir los plurinominales actualmente el PRI tendría 54% de la Cámara de Diputados con sólo 32% de los votos). Asimismo, la vía plurinominal, en teoría, permite la inclusión de individuos que, por sus características, son clave para los partidos dada su experiencia y conocimiento técnico para legislar y trabajar dentro de las comisiones, pero que difícilmente ganarían una elección popular.
Los diputados plurinominales adquirieron relevancia en 1978, y su intención fue dar representación a los partidos minoritarios que tenían pocas posibilidades de ganar un sitio en el Congreso por medio de la elección de mayoría. Sin embargo, es preocupante como la configuración actual de las listas parece ser, más que un estrategia de formación de cuadros, un reparto ordenado de cuotas. El hecho de que el partido postule a estos candidatos, por encima del descredito que les pueda generar, dice mucho de la estructura de prioridades del mismo (ganar y preservar el acuerdo clientelar), lo que evidencia problemáticas mucho mayores del Congreso mexicano.
En primer lugar, es evidente la falta de profesionalización de nuestros legisladores en temas de gran importancia en la agenda legislativa. La segunda problemática radica en la ausencia de instituciones sólidas dentro del legislativo (reglamentos y procesos al interior del legislativo que no se respetan), lo que permite la promoción de una agenda única, los acuerdos extraoficiales y minoritarios con grupos de interés fuera del Congreso y, finalmente, se hace del debate una simulación. Esto permite a los partidos prescindir de candidatos plurinominales con perfiles más especializados para la negociación.
El esquema de representación plurinominal no es la causa de fondo de la crisis de representatividad del legislativo, y considerarla como tal podría incluso dar sustento a iniciativas erróneas. Sin la existencia del esquema plurinominal, se debilitaría el sistema de pesos y contrapesos del Poder Legislativo frente al Ejecutivo, así como la relevancia de los partidos de oposición. La problemática de fondo es mucho mayor al esquema plurinominal. El entramado institucional actual recompensa perfiles de candidatos plurinominales –y partidos- que claramente no son contrapesos en la actividad legislativa. Sería deseable explorar alternativas electorales -por ejemplo, un esquema plurinominal de listas abiertas, así como mejorar las reglas y proceso al interior del legislativo para generar rendición de cuentas, transparencia, y legisladores de calidad y con experiencia.
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