Mancera: el errante (por las pasarelas) y el ausente (del gobierno)

Medio Ambiente

Esta semana, justo a unos días de cumplir su primer semestre en el cargo, el jefe de gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, recibió la distinción como “Alcalde del Mes de Junio” por la Fundación City Mayors, una organización a medio camino entre think-tank y agencia de relaciones públicas, con sede en Londres. City Mayors no sustenta su selección en logro alguno de Mancera en su gestión como alcalde capitalino, sino apenas en un par de datos sobre la contención de la delincuencia durante su periodo como procurador (los cuales, como demuestran eventos recientes, son menos grandes de lo aparente). Esta designación es, entonces, sólo un reflector, una herramienta pensada para atraer más cámaras. Paradójicamente, este nuevo reflector está alumbrando en un momento muy inoportuno, justo en medio del más grave escándalo que ha vivido su administración en materia de seguridad.
El extraño y oscuro caso del bar Heaven After en la Zona Rosa (donde, por cierto, las cámaras -de vigilancia- no funcionaron), está resultando emblemático de un patrón de conducta errática del gobierno de Mancera. Entre otros aspectos, indigna la aparente estrategia de “criminalización” de las presuntas víctimas para evadir la responsabilidad en la torpeza en la persecución de delitos con un fuerte impacto social; “cosas que antes no pasaban” en el D.F. En general, en estos seis meses, el alcalde ha carecido del control de la agenda pública del Distrito Federal. Además, la torpeza ha sido el común denominador de las reacciones de la autoridad ante circunstancias adversas como el caso de los “perros asesinos” del Cerro de la Estrella; las balas perdidas en un cine de Iztapalapa; o las recurrentes contingencias por contaminación atmosférica. La atención a esto último ha sido particularmente desafortunada, pero llegó al colmo con la propuesta de recrudecer el rancio programa Hoy no Circula, en lugar de adoptar discursos frescos como los de la eficiencia energética y la modernización a profundidad del transporte público. Por lo demás, parece mostrarse la continuidad en las políticas de sus predecesores, tendientes a la ampliación de derechos, pero con un discurso y ciertos gestos de austeridad (como la impopular suspensión del programa de “playas públicas”). Por último, su programa “decisiones por colonia”, esgrimido a lo largo de la campaña electoral, ha sido –en el mejor de los casos— el slogan de un procedimiento participativo sin contenido alguno.
Ante este panorama, la estrategia de comunicación es clara: el repliegue ante los asuntos de interés público, y el despliegue en revistas del corazón y eventos deportivos y sociales. Aquel procurador que se ganó fama de entrar de lleno a la rendición de cuentas, prefiere ahora entrevistas cómodas para explicar frivolidades. Hoy la Ciudad de México parece conducirse con piloto automático, con una inercia que nunca dejará de sorprender, aunque sus problemas sean titánicos. No sólo continúa pendiente la ya tan trillada reforma política del D.F., sino la existencia de un verdadero compromiso de combate a los conflictos estructurales de la entidad. Por ejemplo, el diseño de un proyecto serio para limpiar el mafioso y oscuro sistema capitalino de procuración y administración de justicia; o una política integral de movilidad urbana y protección al medio ambiente; la construcción de infraestructura de captación y tratamiento de aguas, entre tantas otras (ojalá nos avise para que “decidamos juntos”). De igual modo, los capitalinos siguen expectantes para que Mancera explique la figura del City Manager, anunciada con tanta pompa y circunstancia hace unos meses. Para rematar, ya vienen las negociaciones para el presupuesto 2014 y, sin recursos suficientes, sin creatividad –algo de lo que hasta ahora ha carecido el mandatario—, y sin proyecto, el panorama no es alentador. Claro, “todavía” tiene cinco años y medio para emprender éstas y muchísimas otras tareas. Si no fuere así, la ciudad seguramente “se lo demandará”.

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