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El famoso índice cambiario Big Mac, desarrollado por The Economist, cumple su vigésimo aniversario esta semana. Este ha sido uno de los instrumentos de medición del precio conocido como tipo de cambio más populares en esta generación. También ha sido uno de los criterios más abusados por la opinión popular. Vaya momento de celebrar dos décadas de este índice, dada la turbulencia financiera y cambiaria que viven los mercados de capital en la coyuntura actual.

El índice Big Mac se diseñó para ilustrar una vieja tesis de estimación cambiaria, la teoría del poder adquisitivo de la paridad. Esta tesis dice que, en el largo-plazo, tipos de cambio deberían aproximar hacia un nivel donde los precios de una canasta de bienes son idénticos, o bien muy similares. Tradicionalmente, en nuestro país, bastaba con comparar los diferenciales inflacionarios con la economía estadounidense para decir si estábamos o no sobrevaluados contra el dólar. Todavía, hay analistas y miembros de la comunidad de empresarios que insisten que el tipo de cambio peso-dólar debería cotizarse a un precio más alto que el nivel actual—aun considerando la depreciación que se ha vivido en los últimos dos meses.

La canasta que usa el índice de The Economist es de un solo bien, la hamburguesa global por excelencia, la Big Mac. El tipo de cambio Big Mac equivale a aquella paridad que arroja un precio idéntico entre el costo de una Big Mac en los EUA versus el costo de la misma unidad en otro país. El precio de una Big Mac en nuestro país es de 29 pesos, en contraste al precio promedio de una Big Mac al norte de la frontera, misma que cotiza a 3.10 USD. Para igualar los precios de la canasta, se requiere un tipo de cambio peso-dólar de 9.35. Sin embargo, el tipo de cambio actual es de 11.3 pesos por dólar. Ello significa, para desgracia de los devaluacionistas, que el peso se encuentra subvaluado contra el dólar en un porcentaje de 17%.

En otras palabras, de acuerdo a este índice, el tipo de cambio debería cotizarse en un nivel de 9.3 frente al dólar, dos pesos menos de lo que cotiza en la actualidad. Por otro lado, otras divisas, como el euro, según este criterio, se encuentran sobrevaluadas por más del 20%. Tal como advierten los editores económicos del semanario, sin embargo, este no es un criterio diseñado para predecir variaciones cambiarias, o los niveles reales del tipo de cambio. Es un mecanismo de ilustración de donde, más o menos, deberían ubicarse las paridades correspondientes en el largo-plazo. Ello supone muchísimos factores que van más allá de simples comparaciones inflacionarias.

El hecho es que una canasta de hamburguesas omite diversos factores que influyen en la determinación del nivel cambiario de una divisa—desde insumos no comerciables, hasta la estructura impositiva, incluso el propio marco jurídico. La “subvaulación” de la moneda mexicana es un reflejo, literalmente, que hay amplio margen de apreciación del tipo de cambio. Ello se daría, sobre todo, en un contexto de alto crecimiento, de inversión, bajo un clima de estabilidad. Vaya, la implementación de las reformas estructurales, en un eventual momento, generaría fuertes presiones de apreciación cambiaria, en la medida que el mejoramiento del clima de inversión se vea reflejado en una entrada de capitales. En otras palabras, la cotización del peso, como unidad que refleja, como espejo, el clima de inversión, se iría para arriba.

La dieta cambiaria de hamburguesas tiene limitaciones, tal como señala el propio semanario The Economist. Es un instrumento altamente sujeto a manipulaciones por parte de los políticos. No nos dice donde “debe estar” el tipo de cambio, ni siquiera predecir el precio del mismo, sino más bien cual es la tendencia a largo-plazo dadas las condiciones. Pero, por lo menos en este menú de hamburguesas, la idea que seguimos “sobrevaluados” ante el dólar simplemente no tiene lugar.

e-mail: roberto@salinasleon.com

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