Dada la compleja situación de la economía internacional, en los últimos meses ha surgido un debate interesante sobre el papel que podrían tener los bancos centrales del mundo versus sus respectivos poderes Ejecutivo y Legislativo nacionales, en lo concerniente a las directrices de la política económica de los países. La vanguardia de esta discusión encarna en una doctrina surgida en Japón y que lleva el nombre del primer ministro de aquella nación, Shinzo Abe: la Abeconomía.
Posterior a la crisis financiera de 2008 y al estancamiento de la economía internacional, sumado a los señalamientos sobre varias autoridades nacionales respecto a las decisiones equivocadas en política económica, comienza a avivarse el debate acerca de la posible implementación de contrapesos frente a conductas irresponsables desde los gobiernos. Con dos decenios de estancamiento económico, Japón lideró la discusión cuando Shinzo Abe ofreció al electorado japonés la Abeconomía, una política económica heterodoxa en dos sentidos: en primer lugar, la política monetaria formaría parte del diseño de la política económica; en segundo lugar, se eliminaría la autonomía del Banco Central del Japón (BCJ). Así, el BCJ asumiría responsabilidades amplias de control sobre la política económica, pero sacrificando su autonomía, cuestionando el paradigma bajo el cual operan instituciones como el Banco Central Europeo. Si bien es cierto que la realidad económica mundial, particularmente la situación de crecimiento de Europa, parece tenderá al desenlace japonés, éste caso dista de haber mostrado un resultado final y está condicionado al comportamiento económico propio de dicha nación. Sin embargo, el mismo escepticismo prevalecía cuando, a principios de la década de 1970, surgió en Francia el entonces polémico paradigma, hoy a debate: la autonomía de los bancos centrales.
En el caso mexicano, hay críticas directas a la conducción de la actual política económica desde el Ejecutivo, en específico desde la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), la Presidencia de la República y la Secretaría de Economía (SE). A los primeros dos actores se les cuestiona su idea de detonar el crecimiento basado en la apertura del sector energético y la expansión del gasto, respaldado éste a su vez por una nueva carga fiscal y el abandono del déficit cero. Por su parte, los cuestionamientos a la SE van respecto a la viabilidad de sus políticas de fomento a la competitividad de la industria nacional. En este contexto de críticas a la “hoja de ruta” de la presente administración federal en materia económica, surge la pregunta de si el Banco de México, como organismo autónomo y, en teoría, sin otro interés que el bienestar nacional, debería liderar la política económica del país más allá de la gestión de la política monetaria.
Banxico –cuya autonomía acaba de cumplir 20 años—tiene ya un papel activo sobre el crecimiento económico de México. Durante el mes de septiembre, por ejemplo, activó políticas contracíclicas al reducir la tasa de interés de referencia de 4% a 3.75%, ante su preocupación por la salud de la economía nacional. No obstante, la pregunta es si nuestro banco central podría fungir como un contrapeso de cara a decisiones polémicas y, en ocasiones, con sustentos cuestionables. Ahora bien, cuando existen sugerencias de incrementar las responsabilidades de una institución con sanos y buenos dividendos como ha sucedido con Banxico, de forma indirecta se está apuntando la falta de resultados y la caída en expectativas sobre el resto de los actores responsables de la política económica nacional. Por lo pronto, la súbita y dramática transformación del “momentum mexicano” en el “minutum mexicano” da pie a una reflexión de fondo en lo concerniente al manejo responsable de la economía de cara al cambio de régimen iniciado en diciembre de 2012.
Como en Japón, el problema de la economía mexicana es de productividad (la parte exportadora de ese país exhibe elevadísimos niveles de productividad, en tanto que la interna muestra lo opuesto, justo como la nuestra). Ese problema no se resuelve con estímulos fiscales, más gasto o un cambio en la naturaleza del mandato del banco central.
Muy posiblemente un modelo similar a la Abeconomía nunca llegará a México, aunque lo mismo se decía en su momento del esquema de autonomía del banco central. Es por ello que el gobierno está corriendo riesgos mucho más grandes de los que imagina al pretender quitarle, en el dicho famoso, los alfileres al esquema de política económica existente. Al tiempo.
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