México no es Colombia, pero no es enteramente distinto

Derechos Humanos

México no es Colombia. Sin embargo, lo cierto es que las protestas en torno a las recientes declaraciones de la secretaria Clinton –en el sentido de que México se estaba pareciendo a Colombia hace 20 años- no generaron ningún argumento que negara el hecho de que México enfrenta problemas fundamentales. El tema de la seguridad en México sigue varias vertientes que es importante diferenciar porque involucran muchos factores y actores -nacionales y externos- que complican la imagen y la realidad.

En primer lugar, se trata de un tema dinámico que cambia de manera continua. Quizá lo más significativo de los últimos tiempos es el cambio notorio que han experimentado las mafias de narcos, abandonando toda pretensión de evadir la luz pública para convertirse en actores políticos que utilizan a los medios y a las organizaciones de derechos humanos y, sobre todo, a la violencia, como instrumentos para avanzar sus objetivos. Además, el gobierno enfrenta un problema institucional. El presidente Calderón envió al ejército como solución temporal a diversas regiones del país, con la idea de reemplazarlo en un tiempo no distante por la policía federal. Sin embargo, cuando a estas alturas ya debía haber sumado más de cien mil efectivos, sólo ha logrado posicionar en las calles a una tercera parte de ese número.

Por su parte, es importante reconocer el papel que ha jugado el gobierno norteamericano en la estrategia de seguridad del Estado mexicano, especialmente a través de la Iniciativa Mérida que, aunque no cuantioso en dinero o equipo, se concibió como una forma de lograr una expresión tangible de corresponsabilidad. En este contexto, si bien muchos en México interpretaron las recientes expresiones de la Secretaria de Estado de EU como una fuente de presión, la realidad es que el gobierno estadounidense está igualmente atrapado entre fuerzas internas que limitan su ámbito de acción: los grupos de interés que defienden la libertad de comerciar armas, las organizaciones de derechos humanos y quienes temen que la violencia mexicana se transfiera a su territorio. Las declaraciones de la secretaria Clinton deben entenderse en este contexto.

Lamentablemente, el problema para México no tiene que ver con formas sino con el reto que enfrentan las instituciones del país, y es ese el tema que anima a ambos gobiernos. A pesar de la retórica, la comunión de objetivos entre México y Estados Unidos es absoluta. El gran tema es si la estrategia que ha seguido el presidente Calderón y las insuficiencias y limitaciones que ésta entraña -como el caso de la policía federal- será suficiente para lograr el resultado esperado: tener la capacidad de limitar y contener a las organizaciones criminales.

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