Minifaldas y narcocorridos: ¿golosinas o antibióticos?

Educación

Reducir el número de embarazos entre adolescentes y minimizar el poder de reclutamiento de los narcotraficantes son dos objetivos que, recientemente, se ha trazado el estado de Sinaloa. Por un lado, Evelio Plata Insunza, presidente municipal de Navolato, sostiene que, el uso de minifaldas entre adolescentes es una expresión de libertinaje que debe ser atacada como parte de su responsabilidad política. Por el otro, el gobernador de Sinaloa, Mario López Valdez, ha declarado que los narcocorridos no son más que una apología del delito y que impulsan una moda negativa que deriva en violencia.
El hecho es que un problema social puede ser atacado por el gobierno a través de políticas públicas, y la urgencia por atender estos dos fenómenos sociales en Sinaloa es incuestionable. La pregunta relevante no es si el fin está justificado -lo está- sino en descubrir si los mecanismos utilizados son idóneos, si, en realidad, existe un nexo causal entre el acto y el efecto. Los embarazos entre adolescentes, por ejemplo, no son una preocupación reciente ni, mucho menos, local. Existen organismos nacionales e internacionales dedicados al estudio del problema que coinciden en que el origen del fenómeno son la pobreza, la falta de educación y oportunidades, no así, las minifaldas. UNICEF, para el 2009, había detectado que 1 de cada 5 adolescentes tiene ingresos familiares y personales tan bajos que no le alcanza siquiera para la alimentación mínima requerida. El poder del reclutamiento de las redes del narcotráfico tiene una justificación similar. El crimen, en cualquiera de sus expresiones, es una salida fácil, rentable y bien remunerada cuando las instituciones no elevan los costos de cometerlo, también cuando, por ejemplo, la educación no es sinónimo de un buen empleo. Con o sin héroes criminales la circunstancia de los jóvenes sinaloenses será la misma en tanto las instituciones no generen un entorno de desarrollo adecuado, y una cultura de la legalidad.
Aunque es bien conocido que los dulces no sirven para curar la fiebre, éstos generan una sensación de bienestar que, aunque momentánea, desvía la atención del dolor. Cualquiera desconfiaría de un médico que, como única alternativa, ofrece este tipo de soluciones. Sin embargo, trasladar este ejemplo a la arena política no es cosa sencilla. La razón es que ante la gravedad de los problemas, los actores políticos han encontrado en la aplicación de golosinas -como la prohibición de las minifaldas o narcocorridos- la posibilidad de salir del paso e, incluso, obtener cierto nivel de aprobación local. Bajo esta circunstancia es de esperarse que se sigan proponiendo golosinas en vez de antibióticos para solucionar de raíz los problemas.

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