El 9 de septiembre de 2012, en su primer gran mitin en el Zócalo capitalino tras la declaratoria de Enrique Peña como presidente electo, Andrés Manuel López Obrador anunció su separación del Movimiento Progresista de los partidos que lo sustentaron, en particular del PRD en el cual militaba desde hace 23 años. Pese a las declaraciones de Marcelo Ebrard de que dicha decisión de AMLO era “previsible y lógica”, el otro anuncio dado en paralelo no lo era tanto: el lopezobradorismo analizará si convertir a su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en un partido político de pleno derecho (y acceso a recursos públicos).
A la luz de esto, ¿cuáles serían las principales implicaciones del surgimiento de un cuarto partido de izquierda en México? La potencial conformación de Morena como partido político da lugar a varias interpretaciones. En primer término habría que pensar en una lógica de recursos. Como antaño se decía, vivir fuera del presupuesto en la vida política es un error. La conformación de Morena como partido asegura a López Obrador un flujo formal de ingresos –aparte de las “aportaciones” que podrían continuar ofreciéndole algunos legisladores y funcionarios, por ejemplo, dentro del gobierno del Distrito Federal— para sustentar sus giras nacionales y seguirse posicionado como actor político relevante. Adicionalmente, estar en Morena y no en el PRD le implica a AMLO la disposición de recursos con mayor independencia y rango de acción; en palabras llanas, no habría que compartir el “botín” con nadie (aunque también podría ocurrir que la existencia de un nuevo partido desplace a alguno de los otros tres y le impida lograr el 2% mínimo para mantener su registro). Otra vertiente que puede explicar la decisión sobre Morena –el cual pasó de movimiento a asociación civil y ahora pretendería dar el siguiente paso—es la apertura de un espacio político propio para los simpatizantes más radicales de la izquierda, en contraposición al aparente proyecto socialdemócrata encarnado en liderazgos dentro del perredismo como el de Ebrard o, en un futuro, el de Miguel Ángel Mancera. Asimismo, AMLO buscará conservar el trabajo de base que ha realizado a lo largo de los últimos seis años en las comunidades más marginadas del país, es decir, en los terrenos teóricamente más fértiles para el descontento social.
Por último, de cara a los comicios intermedios de 2015, Morena estaría por convertirse en un frente político formal contra determinadas acciones y propuestas del gobierno entrante. Al mismo tiempo, aseguraría un margen de maniobra más cómodo para el radicalismo lopezobradorista en caso de que las corrientes más moderadas, sobre todo en el PRD, pudieran acompañar ciertas iniciativas de Peña, el PRI y/o el PAN. AMLO establecería un límite ideológico donde cualquier posición cercana a lo que él y sus seguidores denominan como el “prianismo” sería fuertemente criticada y ocasionaría incentivos de no alineación con ese sector de la izquierda “colaboracionista”. Por si fuera poco, aún sin el “Partido Morena”, varios de quienes están ya instalados en las bancadas del Congreso representando a los tres partidos izquierdistas como Ricardo Monreal (MC), Dolores Padierna (PRD) y hasta –por qué no—Manuel Bartlett (PT) constituyen ya el equivalente de una “avanzada”, si no es que “quinta columna” de todo de lo que representa el tabasqueño. En este sentido, es posible adelantar que las posturas de este grupo de legisladores en temas a discutirse con mayor ímpetu en 2013 como las reformas fiscal, de seguridad social y energética, continuarán con enormes afinidades a la idea de nación lopezobradorista.
Finalmente, algunos analistas prevén que una opción adicional –si bien no nueva—en la izquierda mexicana podría diluir las posibilidades de ésta para alguna vez aspirar a mejores resultados electorales, en particular rumbo a la construcción de bancadas sólidas en el Congreso, la obtención de más gubernaturas o, incluso de la Presidencia de la República en 2018. Sin embargo, tradicionalmente, esta parte del espectro político en el país suele sobrevivir con cierta comodidad en la división formal, más que en la unidad. De hecho, la historia del PRD y sus llamadas “tribus” dan cuenta de ello. La unificación de las izquierdas suele darse de manera coyuntural y tiende a fragmentarse de nuevo en cada ciclo. Así le ocurrió al Partido Socialista Unificado de México (PSUM) en la década de 1980, al Frente Democrático Nacional después de 1988 (aunque de él emanó el PRD), y ahora parece que el sol azteca repetirá la historia. Así, esta nueva división puede ser una apuesta por la “gobernabilidad” de la izquierda. Todo esto, por supuesto, mientras se celebran los siguientes comicios cuando, según sean sus probabilidades e intereses, de seguro se retomarán las negociaciones para coaligarse y formar un nuevo frente de izquierdas como lo ha sugerido Marcelo Ebrard en los últimos días.
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