Nuestro estado fracasado

Derechos Humanos

Corrupción rampante, elites predadoras en el poder, ausencia de Estado de derecho y profundos conflictos sociales. Para la revista Foreign Policy (julio-agosto, 2007) éstas son las características generales de un Estado fracasado, esas patrias de la anarquía donde el hombre es el lobo del hombre. Como prototipo de estos países sin ley, Foreign Policy ofrece los ejemplos de Sudán, Iraq y Haití. Sin embargo, la categoría también es útil para describir un estado más cercano: Oaxaca. No se trata de forzar una comparación absurda. Los problemas en el Istmo de Tehuantepec nada tienen que ver con los conflictos del Golfo Pérsico. Cada Estado fallido tiene su estilo particular de fracasar. Los casos más extremos son países condenados a la guerra civil y a la fragmentación geográfica. Otros simplemente son territorios acosados por el desgobierno, la pobreza y la violencia crónica.

De acuerdo a una investigación de Guillermo Zepeda del CIDAC, Oaxaca tiene 39 homicidios intencionales por cada 100 mil habitantes, mientras que el promedio nacional es de 11 (2006). Ulises Ruiz gobierna el estado más bronco de México, sus tasas de mortalidad por violencia son semejantes a la de países en medio de un conflicto armado. Según la ONU, el índice de Desarrollo Humano de Oaxaca es inferior al de los territorios ocupados de Palestina. Una persona que vive en la franja de Gaza o Cisjordania tiene mejores posibilidades de progreso individual que un paisano de José Murat.

La teoría de los Estados fracasados señala que un país caótico con un gobierno en ruinas, representa una amenaza para la estabilidad internacional. Mafias y guerrillas ocupan los vacíos de poder. Estas tierras de nadie son suelo fértil para el cultivo de fanáticos y terroristas. Un campo de entrenamiento guerrillero en Afganistán representa un peligro para un oficinista en Manhattan. Una escuela religiosa en Islamabad significa un riesgo para un pasajero de tren en Madrid. El caos y la violencia son los principales productos de exportación de un Estado fallido. Si el terror y la inestabilidad pueden viajar de un continente a otro, con más razón se pueden trasladar dentro de un territorio nacional.

El conflicto político en Oaxaca se ha desbordado a otras entidades del país. En el mes de julio, el Ejército Popular Revolucionario (EPR) hizo explotar ductos de Pemex en Guanajuato y Querétaro, en protesta por la desaparición de dos miembros de su organización en la capital oaxaqueña. Tal vez el EPR sea sólo un pequeño grupo de utopistas furiosos, pero su capacidad de hacer daño es enorme. Un puñado de explosiones bastó para afectar la producción industrial del Bajío. En un Estado de derecho, los guerrilleros deben rendir cuentas ante un tribunal por sus actos de violencia. En un Estado fracasado, los sospechosos no tienen derecho a enfrentar a un juez y simplemente se desvanecen sin dejar rastro. En Oaxaca, no se respetan los derechos humanos, ni se persigue a los criminales. La impunidad es la norma del sistema de justicia.

En las elecciones del domingo pasado al Congreso local, dos de cada tres oaxaqueños se abstuvieron de votar. Como en el México de los años setenta, el PRI triunfó en los 25 distritos en disputa. En una reencarnación local del viejo presidencialismo, Ulises Ruiz no tendrá ningún contrapeso en el Poder Legislativo. A pesar de la impopularidad del gobernador, los partidos de oposición no lograron despertar el interés de los ciudadanos.

El EPR interpretó que la baja participación electoral fue resultado del fastidio ciudadano frente a la clase política. A ojos de este grupo guerrillero, el abstencionismo legitima el cambio político por la vía armada. Las elecciones locales fracasaron como mecanismo pacífico para canalizar el descontento. Sin una oposición democrática viable y con movimientos sociales que coquetean con la lucha armada, ¿cuál será la válvula de escape?

Ya no existen los conflictos estrictamente locales. La inestabilidad política se contagia entre regiones y la violencia viaja en tren o en avión. Los conflictos internos de nuestro estado fracasado están mucho más cerca de lo que aparentan.

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