Enrique Peña Nieto tendrá la oportunidad histórica de encabezar el impulso para las reformas necesarias que el país ha postergado, no por un sexenio, sino por varios lustros: fiscal, seguridad social y energética, por mencionar las de mayor relevancia. Respecto a la reforma energética, su urgencia suele sustentarse en por lo menos tres factores: la disminución sustancial y progresiva de la producción petrolera –la cual pasó de 3.4 millones de barriles diarios en 2004 a 2.5 millones en 2011, en buena medida debido al declive de Cantarell-; la baja tasa de restitución de reservas probadas (llegó a un mínimo del 40%); y el miedo de que México pase de productor a importador de crudo en un periodo de tiempo relativamente corto. Sin embargo, frente al descubrimiento de los yacimientos “Trion-1” –anunciado el 29 de agosto pasado- y ahora “Supremus-1” –con hasta 13 mil millones de barriles potenciales, localizado frente a las costas de Tamaulipas- y el incremento de la tasa de restitución a casi 100%, existe la riesgosa tentación de desestimar el apremio de consolidar una reforma energética integral, no sólo circunscrita al tema petrolero, sino a la viabilidad futura del país en la materia. El petróleo podría volver a hacer fácil la postergación de una reforma que contribuya a incrementar la productividad general de la economía.
El anuncio de “Supremus-1” pone en evidencia tres puntos clave. En primera instancia, indica que el presidente Calderón nunca quitó el dedo del renglón respecto a la exploración de crudo en aguas profundas, aun cuando sus limitados márgenes de negociación con la oposición en el Congreso no le permitieron más que una apertura marginal del sector –recuérdese que la explotación óptima de tales pozos requeriría de capacidades con las que hoy no cuenta del todo PEMEX. Al respecto, la paraestatal se encuentra trabajando en 22 pozos en aguas profundas, 15 de los cuales se comenzaron a perforar en la administración calderonista (aunque muchos fueron descubrimientos de gas), y se planea elevar en 10% el presupuesto de PEMEX Exploración y Producción en el 2013. En segundo lugar, “Supremus 1” podría ser un peligroso espejismo al plantearse como una solución sencilla a los problemas energéticos y de cuenta pública en el país (35% de los ingresos públicos proceden de PEMEX y por décadas ha significado el principal sustento fiscal de México). ¿Para qué tomarse la molestia de ampliar la base de recaudación y de tener una mejor procuración de justicia fiscal si (aparentemente) hay recursos suficientes para que la renta petrolera siga apuntalando al erario? ¿Para qué preocuparse por la reestructuración del mercado de hidrocarburos y energéticos si podremos vivir por decenios de nuestras reservas de crudo? El potencial de caer en esas trampas lleva al tercer punto. Si México continúa “ahogándose” en su petróleo, la matriz de energéticos nacional se vería más afectada al elevar el costo de oportunidad del uso de energías renovables y limpias.
Ahora bien, el descubrimiento de “Supremus-1” no necesariamente tendría que desmotivar el empuje para una reforma energética integral. En palabras de Carlos Morales Gil, director general de PEMEX Exploración y Producción, “hasta donde se va a llevar la reforma, depende de la velocidad a la que queramos extraer esos recursos, monetizarlos, convertirlos de barriles a dólares…”, ya que el lapso de obtención establecido se encuentra entre 5 y 7 años. Por lo tanto, de alinear los incentivos de extracción rápida, la expansión de nuevos yacimientos, y la necesidad de financiar con mayor ímpetu la transición energética, los incentivos para la reforma serían incluso superiores. Sin embargo, para los opositores a la reforma energética, en especial aquellos que utilizan la retórica del nacionalismo petrolero para proteger intereses particulares y aún confían en la promesa de la administración de la abundancia, sólo habrá un tiempo propicio para la apertura: nunca.
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