Al final, todos ganaron algo que permitirá que la vida política siga adelante. Lo que si sufrió fueron las excesivas expectativas de algunos de los contendientes, estuvieran en las boletas electorales o no. O sea, México sigue viviendo la normalidad.
Este primer grupo de elecciones locales en el sexenio de Enrique Peña Nieto era binario: su importancia sería dramática o irrelevante. No habría medios. La relevancia de los comicios del pasado domingo nada tenía que ver con las elecciones mismas, las localidades específicas o los candidatos involucrados. Su trascendencia se derivaba del mecanismo ideado por el presidente Peña Nieto para coordinar a los tres principales partidos políticos y avanzar una agenda de reformas: el llamado “ Pacto por México ”. El instrumento se ha convertido en un mecanismo que ha permitido romper el impasse legislativo y político de los últimos quince años pero que no goza de consenso entre las fuerzas políticas, donde yace su debilidad. De ahí que este conjunto de votos se hubiera convertido en una prueba de fuego para todos los involucrados.
Un “carro completo”, la forma en la que los priistas históricamente describían sus resultados abrumadores, habría dado un golpe mortal al Pacto. Como era de esperarse, el resultado no fue tan dramático y cada uno de los partidos puede afirmar que logró suficientes triunfos como para salir más o menos bien librado. Estos comicios acabaron siendo no tan importantes, pero si muestran la fragilidad institucional que caracteriza a México.
En ausencia de poderes públicos debidamente institucionalizados y separados, sobre todo el poder legislativo y el ejecutivo, el pacto resultó ser un instrumento que ha probado ser formidable para su propósito específico, aunque igualmente generador de controversias, animadversiones y conflictos al interior de los partidos políticos. La forma en que ha operado el pacto lo dice todo: sus integrantes -representantes de los tres partidos grandes (PAN, PRI y PRD) y del gobierno- negocian los términos de cada una de las reformas, lo turnan al congreso, donde sus acólitos lo han procesado en cuestión de horas, transfiriéndolo luego al senado, donde se ha atorado cada vez. La razón de esto último poco tiene que ver con el contenido mismo de las iniciativas propuestas (aunque es necesario reconocer que tanto la reforma educativa como la de telecomunicaciones salieron enriquecidas del senado), sino con la contraposición -crisis sería mejor término- interna que experimentan tanto el PAN como el PRD. Pero el punto de fondo no se puede perder de vista: por útil que sea, el pacto pretende suplantar las funciones del poder legislativo, factor que inexorablemente genera conflicto.
Los tres partidos enfrentan problemas internos. Aunque el PRI gobierna y ha logrado encubrir sus fisuras, las circunstancias de los últimos lustros le permitieron recobrar el poder sin reformarse y es de anticiparse que las divisiones aflorarán en la medida en que el gobierno intente afectar intereses, precondición para cualquier reforma. Las elecciones de ayer sugieren que, aunque algunos priistas ganaron, no todos esos triunfos abonan al poder presidencial y a su proyecto de concentración del poder.
El caso del PRD es distinto: producto de la fusión de dos historias, la izquierda histórica y la izquierda del PRI, ahora experimenta el reto de construir una social democracia moderna y, a la vez, recuperar a esa base de votantes que ha apoyado un proyecto estatista y reaccionario que encabeza López Obrador que ya no cabe en el PRI y que es incompatible con una izquierda moderna y cosmopolita. Para el PRD era crucial lograr suficientes triunfos que justificaran la apuesta por el pacto, circunstancia que logró con creces.
El PAN enfrenta una división y una crisis de legitimidad. La división refleja una pugna profunda entre las fuerzas del calderonismo que no supo emplear el poder para construir al partido y los panistas más tradicionales que son producto de la ciudadanía. Su crisis de legitimidad tiene que ver con su poca destreza política como gobierno y, sobre todo, la corrupción de la que cayeron presa estando en el poder. El (aparente) triunfo del PAN en Baja California fortalece a Gustavo Madero, presidente del PAN y disminuye el poder de los calderonistas en el senado.
Los líderes de los partidos necesitaban triunfos creíbles para derrotar a sus oposiciones internas, en tanto que el gobierno federal tenía la imperiosa necesidad de mantenerse al margen para no ser causa de una nueva crisis al interior de los partidos de oposición.
El resultado final refleja tres cosas: una democracia activa pero inmadura y sin fuentes institucionales de apoyo; gobernadores convencidos de que su vida, y su futuro, se jugaba en las urnas y, por lo tanto, dispuestos a cualquier tropelía; y un electorado imposible de arrinconar en categorías analíticas o ideológicas preestablecidas. Es decir, las elecciones reflejaron un país que se mueve, si bien en ocasiones a regañadientes, a pesar de la debilidad de sus instituciones.
De confirmarse los primeros resultados, todos los partidos ganaron suficiente para no perder cara. El PAN retuvo Baja California, recuperó la ciudad de Aguascalientes, Oaxaca, Puebla y municipios importantes en Tamaulipas y Veracruz. El PRI ganó Tijuana, la ciudad de Veracruz, Chihuahua, Hidalgo y Quintana Roo. El PRD, que fue en alianza con el PAN en varios lugares, ganó porque le funcionó su estrategia y porque no retrocedió. Quizá el mensaje principal del electorado es que las cosas retornaron a la normalidad con el PRI como primera fuerza, el PAN como segunda y el PRD como tercera. Nada nuevo bajo el sol.
La gran paradoja es que la gente vota, sobre todo en comicios locales, en función de sus circunstancias particulares y no con la perspectiva que los políticos y los analistas anticipaban y a la que le asignaban un significado cósmico. No cabe duda que mucho se jugaba en estas elecciones por las pugnas internas que viven los partidos pero no por los procesos electorales propiamente dichos. La gran derrotada fue la violencia que muchos suponían sería la nota del día. El gran triunfo es para quienes se proponen avanzar una agenda de reforma fuera de los canales tradicionales. Paradojas de ida y vuelta.
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