Cuando los políticos comienzan a hacerle ajustes radicales al sistema fiscal corren el riesgo de provocar distorsiones que nunca imaginaron. La iniciativa hacendaria, tanto en lo concerniente a los ingresos como al gasto, propone un “cambio de paradigma”. Esta es mi lectura:
– El objetivo es encomiable. La construcción de un sistema de seguridad social contribuiría de manera decidida a disminuir la desigualdad y la pobreza. Sin embargo, el contenido de la iniciativa es más bien débil en su conexión entre objetivos y medios. La expectativa inicial de incremento de recaudación de 1.4% es sumamente baja y hace difícil imaginar que se podrían financiar metas tan ambiciosas como las esbozadas. Además, excepto por el potencial de incremento en el consumo (en algunos lustros), producto de la disminución teórica de la pobreza, no es obvio cómo ello incidiría en el crecimiento económico.
– Efectivamente, hay un cambio de paradigma, pero muy distinto al que el ejecutivo anunció: se trata una reforma que reorienta, en enfoque y concepto, la actividad del gobierno hacia la seguridad social y el seguro de desempleo. Pero su esencia consiste en la recentralización del gasto y su expansión acelerada, todo ello financiado con deuda o, eventualmente, más impuestos. No hay de otra.
– El sustento filosófico de la propuesta reside en comparaciones internacionales donde se mezclan peras con manzanas. No hay duda que las naciones europeas recaudan varias veces más impuestos, pero esas naciones no crecen con celeridad. Las comparaciones europeas relevantes serían Polonia, Irlanda y similares, cuyas tasas impositivas son menores y la recaudación mayor. En nuestro caso, más ingreso para financiar un mal gasto no es exactamente una fórmula atractiva para nadie. El ejemplo de Brasil no es inspirador: un país que recauda y gasta mucho más pero que no exhibe un mejor desempeño económico; de hecho, es mucho peor.
– Es casi de Perogrullo que cuando un gobierno habla de un cambio de paradigma lo que realmente está insinuando es más gasto y, por consiguiente, mayores impuestos. En este rubro, la propuesta gubernamental es todo menos que novedosa y no enarbola cambio alguno de paradigma. Es, más bien, un retorno al pasado. De hecho, la iniciativa se asemeja al momento en 1971 cuando, en condiciones de estabilidad, se rompieron todos los equilibrios.
– El planteamiento gubernamental descansa en tres pilares: mayores impuestos a causantes cautivos, con una carga adicional a las incipientes clases medias. Inevitable esto, pero es perceptible el desprecio por los empleadores, como si no tuvieran opciones de inversión. La segunda fuente de financiamiento es más interesante y atrevida: la eliminación o reducción de algunos regímenes especiales de tributación y de exenciones de impuestos. Y, la tercera, un mayor déficit.
– Los números no mienten: los mexicanos pagamos menos impuestos que otras naciones pero no por las tasas sino por defectos de recaudación. Lo significativo es que el gobierno no está argumentando que una mayor recaudación conduce a un mayor crecimiento. . Implícitamente, el gobierno acepta lo que todo mundo sabe: la población hace como que paga y el gobierno hace como que gobierna. Este es el paradigma (la ilegitimidad del gasto) que habría que romper porque en el momento en que se logre un mejor desempeño de la economía, educación, Pemex y CFE o de los estados, nadie podría oponerse a contribuir su parte correspondiente. Es asunto de ciudadanía.
– A pesar de la atractiva retórica que acompaña al planteamiento, con la sola excepción de la simplificación en el cumplimiento de las obligaciones, no hay nada en la iniciativa que contribuya a fomentar un mayor crecimiento de la economía. De la misma forma, aunque se plantean incentivos teóricamente correctos para promover la incorporación de empresas informales, no es obvio como funcionarían éstos en la práctica. Peor aún, se elimina el impuesto que había permitido al menos desincentivarla.
– Lo más importante de los considerandos de la iniciativa reside en la acertada preocupación por el nulo (o negativo) crecimiento de la productividad en las últimas décadas. El problema del enfoque empleado es que los promedios esconden más de lo que iluminan: hay sectores que experimentan espectaculares tasas de crecimiento de la productividad, en tanto que otros se rezagan y contribuyen negativamente. Los dos grandes contribuyentes a la productividad negativa son las paraestatales, sobre todo Pemex y CFE, y la economía informal. Es claro que el gobierno confía que la reforma energética reducirá esa fuente de improductividad del sector, pero no hay nada que permita ser optimista respecto a la economía informal, fenómeno complejo y difícil de desenmarañar.
– En lugar de una reforma hacendaria trascendental, el planteamiento constituye una limpieza del sistema impositivo (no es otra miscelánea sino una nueva ley que elimina contradicciones y duplicidades), pero no una nueva visión del desarrollo: solo más gobierno sin rendición de cuentas. No se anticipa modificación alguna en el lado del gasto, lo que es preocupante porque parte de la ausencia de legitimidad de que goza nuestro sistema de gobierno tiene que ver con el desperdicio y corrupción que lo caracteriza. El ejemplo de educación es evidente: México está hasta arriba en el porcentaje del PIB que se gasta en educación y, sin embargo, los resultados son patéticos. El país requiere un nuevo sistema de gobierno, transparencia en el gasto, control del dispendio a nivel estatal y resultados favorables de la gestión gubernamental. Nada de eso está presente en la iniciativa hacendaria. Sin una revisión radical del gasto, la propuesta no conducirá a promover e incentivar crecimiento.
– El gran tabú que rompe la iniciativa es el del déficit fiscal. Gastar más de lo recaudado no es bueno ni malo en sí mismo. Lo preocupante es que la iniciativa no registra las razones por las cuales se adoptó el dogma del equilibrio fiscal y, peor, que incurra en déficits elevados, y potencialmente enormes, para lo cual propone modificar a su conveniencia la ley de presupuesto y responsabilidad hacendaria. Olvidar las causas de las crisis podría conducir a provocar una más, novedad para las generaciones que nunca las conocieron. El viejo PRI.
Al final, más que ninguna otra cosa, la iniciativa es un fiel reflejo del momento político. Es evidente que los criterios que al final privaron fueron dos: mantener al PRD dentro del Pacto y quitarle el tapete a López Obrador. El presidente logró ambas; el problema es que esos criterios no contribuyen al crecimiento acelerado de la economía.
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