Después de 90 días de campaña, el próximo domingo tendrá lugar la elección presidencial. Al finalizar oficialmente las campañas, cabe reflexionar acerca de algunos aspectos que se presentaron durante este periodo previo a los comicios del 1 de julio. Enrique Peña terminó encabezando las encuestas de opinión según el corte del miércoles 27 de junio (último día en que se permitió divulgar esta clase de estudios). Si las tendencias se confirman, se habrá reflejado una estrategia electoral bien planeada y eficientemente ejecutada. Ciertamente, el candidato del PRI sufrió algunos percances, entre los que destacó el episodio de su visita a la Universidad Iberoamericana –del cual emanó el movimiento #YoSoy132. Ante lo reducido del tiempo de las campañas, los candidatos tenían la necesidad de contar con un “cuarto de guerra” con la habilidad de reaccionar rápido ante posibles contingencias y de corregir las pifias con eficacia. Peña lo tuvo. Otro factor que jugó a favor del presunto puntero, fue la repartición mayoritaria de los espacios de radio y televisión para el PRI y el Partido Verde, la cual fue acorde a los lineamientos aprobados por todas las fuerzas políticas en la reforma electoral de 2008. Asimismo, el Revolucionario Institucional aprendió las lecciones del fracaso electoral de 2006 y consiguió recuperar dos elementos fundamentales: la unidad del partido y una buena relación “informal” con Elba Esther Gordillo.
Por otra parte, aunque se creía complicado que López Obrador remontara el gran porcentaje de opinión negativa con el que comenzó la campaña, aunque permanece en el margen de error de las encuestas, es posible que hoy se haya posicionado arriba de Josefina Vázquez Mota. Incluso, en algún momento de la contienda, se logró crear cierta percepción de que AMLO podría tener de nuevo posibilidades competitivas en los comicios. Tres factores podrían ser la explicación. Primero, haberse erigido como candidato indiscutible de la izquierdas evitando una ruptura al interior del PRD, e incluso sumando a Marcelo Ebrard a su proyecto. Segundo, López Obrador, construyó un gran movimiento de masas y a ras de tierra con MORENA. Tercero, el discurso de supuesta reconciliación que construyó al inicio de su campaña, el cual parece sí haberle generado un crecimiento en las encuestas. No obstante, el candidato de las izquierdas cometió un error justo cuando una influyente encuesta –la que publicó Reforma el 31 de mayo— lo colocó a sólo 4 puntos del liderato. En vez de darle continuidad a la estrategia discursiva de no atacar a quienes según él lo agraviaron hace seis años, en particular a las instituciones electorales–simplemente no mencionándolas—, AMLO fue capturado por los fantasmas de su pasado al volverlas a cuestionar aun antes de la celebración de los comicios. Con esta actitud, el electorado volvió a ver a aquel Andrés Manuel de 2006.
Finalmente, Josefina Vázquez Mota, quien resultó triunfadora de una elección interna, que más que beneficios le colocó en una posición de cansancio y división al interior del PAN, ha tenido una campaña cuesta arriba: sin apoyos, sin financiamiento y con un plazo cortísimo para organizarse. Si la campaña presidencial de Felipe Calderón hace seis años fue accidentada en cuanto a los numerosos cambios de imagen y “golpes de timón”, la de Josefina la ha superado con creces. Otra cuestión a considerar es la ambigüedad de la candidata respecto a su posición respecto al presidente. Esto le impidió tanto capitalizar los logros de la administración Calderón, como deslindarse del todo de los errores de las gestiones pasadas de su partido. En este sentido, la panista está asumiendo el costo de pertenecer al partido en el gobierno, lo cual la expone a un desgaste casi natural. Debido a ello, en descargo de Vázquez Mota y su equipo, sería impreciso achacarles toda la responsabilidad por su rezago en las encuestas.
Al final, la evaluación más precisa de las campañas tendrá su principal indicador la noche del 1 de julio cuando el consejero presidente del IFE, obligado ya por ley, deberá manifestar cuáles son las tendencias de sus conteos rápidos, sin importar el margen de diferencia entre los candidatos punteros. Por lo pronto, cada quien podrá dar su propia calificación por medio de su voto en las urnas.
Luego de eso quedará el saldo de los aciertos y errores que se derivan de la ley electoral y el régimen de prohibición que la acompaña y la forma en que se distribuyen los dineros públicos y tiempos de medios electrónicos. De la misma forma, la dispersión en las tendencias que se observa en las diversas encuestas sugiere que persiste una ausencia de profesionalismo -o peor- en algunas de las casas encuestadoras, factor que se comprobará cuando se comparen las evaluaciones previas a la justa electoral con los resultados finales. Finalmente, de materializarse el anticipado triunfo del candidato del PRI, mismo que se debería en buena manera a años de organización y desarrollo, es de preverse que viviremos ciclos literalmente sexenales de campaña, con las implicaciones financieras, políticas y de (in)cumplimiento de responsabilidades de los aspirantes. Esto último no sería algo menor y sus consecuencias monumentales.
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