Los periodos electorales del México contemporáneo llegan cargados del perfume de las casas encuestadoras. La creciente popularidad del uso y abuso de estos datos como herramientas de comunicación político-electoral por medios y partidos, da lugar a todo tipo de reflexiones sobre el marco regulatorio en el que operan las casas encuestadoras, la interpretación en medios de éstas y la lectura que los analistas hacen de los datos publicados. Por ejemplo, parece que varios medios tienen pocos o nulos conflictos éticos con la compra-venta de encuestas a modo a solicitud de sus clientes: los candidatos. Las encuestadoras y los medios no olvidan que los partidos políticos tienen acceso a una gran cantidad de recursos, parte de los cuales, irónicamente, podrían provenir del ahorro que implica tener tiempos de radio y TV sin costo. De esta manera, en una misma semana, solemos ver encuestas que colocan al candidato puntero rumbo a los comicios presidenciales hasta con 20 puntos de ventaja sobre la que va hasta ahora en segundo sitio, mientras otras reducen el margen entre ellos a un solo dígito. Este comportamiento atípico –por decir lo menos—del panorama de estas herramientas de medición, generan dudas justificadas respecto a su legitimidad como productos que reflejen aproximaciones cercanas a las verdaderas tendencias del electorado.
Para los políticos, la efectividad de un arreglo con una o más casas encuestadoras –muchas de ellas con sólidas alianzas con medios de comunicación, es decir, con sus replicadores—parece clara. En este sentido hay dos factores básicos a considerar: audiencia (votantes) y maleabilidad de la información. Respecto del primero, el público más interesado y especializado que entiende estos datos tiene un volumen bastante bajo, mientras que el grueso del público recibe esta información según el giro que le den los medios a las cifras. Esto último se relaciona a que, por otra parte, los datos de encuestas son muy maleables. Para el grueso de los potenciales electores, los replicadores desempeñan un papel central en la generación de percepciones entre los ciudadanos. Un mismo dato como un porcentaje de preferencia determinado, comunicado con dos fraseos distintos como “subió tantos puntos” y, por otro lado, “sigue equis puntos abajo”, conlleva mensajes distintos que omiten otros análisis de fondo. Esto suele dejar al público poco informado a merced de la interpretación de analistas, comentaristas y narradores de noticias.
Sin embargo, ¿cuáles podrían ser los incentivos que tuviera una encuestadora para arriesgar su prestigio y coludirse con uno u otro bando político? De botepronto muchos contestarían que el dinero. Punto. Otros podrían preguntarse, ¿qué pasa cuando el resultado final de una elección deja muy mal paradas a las capacidades de monitoreo de tendencias de alguna de estas empresas? La respuesta: por lo regular, nada. El encuestador puede, con un dejo de impunidad, recurrir al viejo argumento de que “las encuestas son únicamente una fotografía de un momento dentro de toda una compleja campaña”. La cuestión es ver hacia dónde enfoca el fotógrafo y cómo usa su programa de edición a pedido de sus clientes. ¿Puede regularse esto? Tal vez, aunque la interpretación es algo difícilmente regulable.
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