Este 1 de julio, la lucha por los 628 asientos de la LXII Legislatura del Congreso de la Unión es algo de lo que habría que estar pendiente. Más allá de especular en cuanto a los porcentajes que cada partido obtendrá, hay un dato clave a considerar: según Consulta Mitofsky, 19% de los mexicanos piensan votar de forma diferenciada al momento de emitir su voto por presidente y diputado –un porcentaje menor al 24% observado en la elección presidencial del 2006. Esto implicaría una mayor conexión entre el desempeño de la competencia presidencial y la composición del Congreso. Si la coalición PRI-PVEM logra consolidar un porcentaje de votación para las cámaras superior a 40% -es decir, más o menos como supuestamente va su abanderado presidencial—, estos partidos conseguirían más de la mitad de las curules y escaños en San Lázaro y en Reforma, respectivamente –entre legisladores de mayoría y de representación proporcional. Esto le daría al PRI un control bicameral no visto desde 1994. Esto, por supuesto, sin contar a los congresistas que puede colocar Nueva Alianza, cuyo comportamiento legislativo ha sido muy cercano al priismo. Por su parte, PRD-PT-MC y el PAN, en el supuesto de que mantuvieran un empate en niveles cercanos a 30%, se estarían repartiendo casi en partes iguales el 45% del Poder Legislativo. Sin embargo, dadas las reglas de conformación en el Senado, donde tres cuartas partes de sus integrantes ganan con los principios de primera y segunda mayoría, aunado a su presencia en más entidades del país, Acción Nacional podría tener una ligera ventaja sobre las izquierdas, tal vez superando la cifra de 30 senadores. Con este escenario de mayoría absoluta del PRI y sus aliados en el legislativo, aunado al control de un número suficiente de congresos estatales por ese partido, facilitaría el avance de la agenda de reformas que plantean los priistas, así como la aprobación de reformas constitucionales. El PRI tendría un entorno ejecutivo-legislativo mucho más amable del que tuvo el panismo en estos 12 años de gobierno.
Ahora bien, ¿qué tanto podrían modificarse estos escenarios? Una de las interrogantes clave de esta elección es si la población decidirá o no dejar de negarle la mayoría legislativa al presidente y su partido, factor que ha sido una constante desde 1997. Aunque la mayoría de las encuestas marca un declive del voto a favor de Peña Nieto –al menos se han diluido las expectativas de superar el 50% de los sufragios—, esto no necesariamente se traducirá en que el PRI perdería votos en la misma proporción que su candidato presidencial; de hecho, podría hacerlo en mayor porcentaje. Si la inminencia de triunfo de Peña aumenta conforme se acercaran los comicios, aun bajando el margen de dicha victoria, un determinado sector de los ciudadanos pudiera decidir equilibrar el poder del partido que llegaría a Los Pinos con bancadas de oposición más fuertes. Así, en la medida en la que los priistas cedan terreno ante PAN y PRD en los comicios legislativos, también irán perdiendo la posibilidad de dominar la estructura de las comisiones legislativas más importantes e influyentes–donde se hace el mayor trabajo de creación y negociación de las leyes.
En cuanto a los partidos contrarios al PRI, se dan dos fenómenos interesantes. Uno, Acción Nacional podría, por vez primera desde la existencia del PRD como fuerza concentradora (si bien no unificadora) de la izquierda, convertirse en la tercera bancada en la Cámara de Diputados. Esto nos conduce al segundo punto: ante este potencial escenario, la izquierda y la derecha tendrían, por separado, el fiel de la balanza en una de las dos cámaras. Los panistas serían ese fulcro en el Senado donde, por ejemplo, se ratifican diversos nombramientos como el del titular de la Procuraduría General de la República, los magistrados de los principales tribunales federales, los embajadores y cónsules, entre otros. Por su parte, las izquierdas podrían ser la “bisagra” en el recinto donde se discute el presupuesto y la política de recaudación, ni más ni menos. Con esto en mente, ¿qué tanto avanzarían los proyectos de reformas estructurales postulados en la plataforma priista y en el discurso de Peña? Por ejemplo, si el PRI no contara con mayorías absolutas y la primera minoría fuera distinta en ambas cámaras, una alianza que funcionara con la oposición senatorial, podría verse entrampada con la oposición en la Cámara de Diputados, y viceversa. En suma, las capacidades de negociación de los priistas estarían a toda prueba. Este escenario también podría obligar a un esquema más amplio de negociación política, lo que implicaría oportunidades igualmente promisorias.
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