Una Ley Federal del Trabajo de los años setenta -que planteaba esquemas de contratación y despido rígidos, pensada para empleos permanentes y protecciones sindicales- no se adapta a las necesidades del mercado laboral en 2011; el crecimiento acumulado de 2.1% en la tasa de productividad en los últimos 20 años lo prueba. Mientras que en países como Corea del Sur la productividad se incrementó 83% en el mismo periodo, México se da el lujo de tener 100 propuestas de reforma laboral congeladas en el Congreso.
Como en otras ocasiones, México casi tuvo su reforma laboral en los últimos días. La propuesta del PRI -que contempla contratos temporales, de prueba y capacitación, pago por hora, regulación del outsourcing, topes sobre el costo de la terminación laboral, entre otros- parecía llegar al Congreso pactada al interior del partido e incluso fue acompañada por el PAN y el Gobierno Federal. Sin embargo, un repliegue de última hora por parte de los grupos al interior del PRI (primordialmente sindicales) cuyos intereses podrían verse afectados por la reforma, enterró sus posibilidades y dejó al PAN y el Gobierno Federal como voceros de reforma ajena.
Hoy un mexicano tiene la misma productividad que en 1979, labora bajo el mismo marco legal pero no en las mismas condiciones de mercado. La necesidad de un marco regulatorio que corresponda a empresas y trabajadores, y alinee los incentivos para impulsar la productividad es evidente. Sin embargo, la productividad no parece ser un tema popular -primordialmente en los partidos de centro izquierda por la conformación de sus bases- a pesar de ser la variable que más impacta el crecimiento económico.
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