La visita del presidente Calderón a Washington tiene lugar en un momento poco común para ambos gobiernos. Lo usual es que este tipo de reuniones se den al inicio de una administración, de tal suerte que constituya el momento de arranque para una agenda bilateral –siempre clave y más ahora que ambos países padecen problemas que requieren la concurrencia del otro para enfrentarse y resolverse. Quizá no haya otro par de naciones para las cuales la política exterior de una se convierte de inmediato en la política interior de la otra y viceversa.
Aunque el presidente Obama se ha reunido con Calderón en varias ocasiones, esta visita marcará un momento clave para el presidente de México. Si bien los acontecimientos de la semana previa (asesinato de candidato panista en Tamaulipas y desaparición de Diego Fernández de Cevallos) inciden en la opinión pública norteamericana, la lucha de Calderón contra el narco goza de prestigio y credibilidad en Washington. Estos hechos serían vistos como una razón más para respaldar la posición de un gobierno de México que, a diferencia de sus antecesores, se decidió a actuar al respecto. Un esfuerzo decidido por parte del gobierno norteamericano en este frente podría allanarle el camino a Calderón a un final de sexenio mucho más feliz de lo que parecería posible en este momento.
La agenda para México en esta cumbre será que el país funciona en la mayor parte del territorio a pesar de: la percepción de que está todo en llamas; la lucha contra el narco y sus componentes indisolubles, las drogas, las armas y los movimientos financieros; los movimientos de personas, los indocumentados mexicanos y la política migratoria estadounidense; y los asuntos comerciales, sobre todo el asunto del autotransporte, que empañan y obstaculizan el extraordinario intercambio de bienes que ocurre a través de la frontera.
Evaluar una visita de esta naturaleza en términos de éxito o fracaso será difícil, máxime cuando no hay asuntos que se pudieran presentar como arreglos o acuerdos finales en este momento. Sin embargo, lo central de la reunión residirá en la capacidad del presidente mexicano para presentar a su país como una nación responsable y trabajadora que enfrenta retos mayúsculos –por la fortaleza de las mafias de las drogas y la falta de crecimiento económico– y sólo espera una oportunidad para desarrollarse. En la medida en que logre cautivar el espíritu estadounidense de justicia y responsabilidad y colocar a México en esa dimensión, la reunión habrá excedido cualquier expectativa. En esa perspectiva, lo crucial no está en lo que se anuncie como acuerdos y declaraciones, sino en la posibilidad de que se desaten fuerzas favorables a la solución o al menos atención de los temas que son cruciales para México.
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