Con una diferencia de alrededor de 3 millones de votos, y con un porcentaje superior al 50% de quienes sufragaron este martes 6 de noviembre en Estados Unidos, el presidente Barack Obama ha conseguido su reelección. Si se conserva su ventaja en el estado de Florida, el mandatario habrá obtenido 332 votos electorales de los 270 que requería para ganar en los colegios electorales que tendrán lugar en diciembre próximo. Las encuestas que señalaban márgenes reñidos tanto a nivel nacional, como en por lo menos 11 entidades, terminaron por fallar en la mayoría de los casos. La esperanza del candidato republicano, Mitt Romney, de dar batalla en Virginia, Ohio, Wisconsin, Colorado, Nevada, Pennsylvania y Michigan, se iba diluyendo con rapidez conforme los resultados fluían la noche de los comicios. En suma, a pesar de no haber sido un triunfo tan avasallador como el de 2008, Obama asumirá su segundo cuatrienio con una legitimidad fortalecida y con los ánimos renovados potenciados por su propio lema de campaña: Forward (adelante). ¿Qué sigue entonces para el presidente estadounidense?
De alguna forma, al no avecinarse una transición como tal, el gobierno de Estados Unidos no tiene pretextos para atender el problema más urgente que le aqueja: su crisis en el déficit fiscal. Curiosamente, los estadounidenses no sólo votaron por la continuidad en la Casa Blanca, sino que también dejaron casi intacto el equilibrio de poderes en el Congreso. Los republicanos conservarán la mayoría en la Cámara de Representantes y, por ende, tendrán la voz cantante en las negociaciones presupuestarias; por su parte, los demócratas proseguirán como la bancada mayoritaria en el Senado (aunque, por las reglas de ese cuerpo colegiado, se requieren 60 votos para evitar el llamado filibuster, que es un mecanismo que puede emplear un senador para paralizar al congreso y los Demócratas no tendrán 60 escaños). Así, el electorado ha manifestado su confianza en el liderazgo de Obama, aunque al mismo tiempo reconoció que la mística republicana de manejo presupuestario pudiera generar una combinación virtuosa junto con el contrapeso demócrata. Una de las características de la política estadounidense es que, transcurridas las elecciones y en respuesta al “mandato” que los políticos derivan del resultado electoral, si existen temas pendientes de urgencia, las diversas fuerzas suelen llegar a acuerdos. Ejemplo de ello son las declaraciones del líder de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, respecto a su intención de flexibilizar la postura de su partido y aceptar ajustes en el régimen de impuestos, a fin de dotar al gobierno con mayores recursos. Este mensaje también intentó aliviar el nerviosismo de los mercados bursátiles que, tras los resultados de los comicios, intuyeron que el Congreso continuaría paralizado por las divisiones partidistas. Asimismo, las capacidades negociadoras de Obama se verán fortalecidas por el claro mandato recibido en las urnas. Faltará ver si ese mandato se traduce en capacidad personal para negociar, uno de sus grandes déficits en sus primeros cuatro años.
Sin embargo, el camino no será fácil. Por lo pronto, Obama podrá seguir adelante con su ambicioso programa para financiar servicios de salud universal, el cual costará a las arcas estadounidense 1.76 millones de millones de dólares durante la siguiente década. A fin de poder soportar esta carga fiscal, el presidente tiene la intención de dejar expirar los recortes de impuestos que hace diez años instituyó George W. Bush para los contribuyentes de mayores ingresos, así como poner en práctica un esquema de impuestos que, en teoría, daría 1.5 millones de millones de dólares extra al fisco. En el marco de las pláticas que se avecinan, las posturas fiscales de Obama también podrían atenuarse como muestra de voluntad política con los legisladores republicanos. Lo cierto es que el déficit fiscal estadounidense equivalente a 7 puntos de su producto interno bruto, no se saneará sin medicinas amargas. Una de las diferencias de enfoque entre Romney y Obama durante las campañas, es que el primero proponía repartir la carga impositiva entre una base de recaudación mayor, mientras que el presidente tasaría con incrementos a quienes más tienen, protegiendo –también en teoría—a las clases medias. La trascendencia de lo que ahí ocurra no es menor. La economía estadounidense tiene enormes consecuencias para el mundo, comenzando por países altamente integrados como México. La pregunta es si el calor de la batalla electoral, amainará con el bálsamo de la negociación.
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