La picazón de la predicción: el fracaso de las encuestas

Opinión Pública

En su artículo “Falló la encuesta Milenio/GEA-ISA”, Ciro Gómez Leyva pide disculpas por el error de las encuestas que esa casa mediática difundió. Fuera de cualquier cargo de conciencia, ¿es esta la reflexión que su público requiere? Puede que no. En realidad, las baterías de la reflexión pública de medios deberían estar en línea con el hecho de que las encuestas son sólo una aproximación, sin disculpas incluidas. España, México, Colombia, Corea del Sur, Estados Unidos y Alemania, entre otros, han sufrido del mismo fenómeno en sus procesos electorales. Desde ventajas sobrestimadas hasta virtuales ganadores derrotados, el margen de error de las encuestas, imbuido en su fórmula matemática, nos recuerda que son productos a analizar y no verdades listas para digerir.
Sin embargo, la preocupación de los consumidores de información respecto de las encuestas ha crecido desproporcionadamente ahora que las mismas se encuentran bastante insertas dentro del panorama mediático y comunicativo de los procesos electorales. Paralelamente, en la prensa, las encuestas se fueron tornando en un elemento casi de culto debido a que representan un elemento heurístico fenomenal para el grueso de las audiencias, es decir, parecen influirlas más de la cuenta. En el ideal, es responsabilidad del consumidor de información revisar críticamente el material que recibe; en la realidad actual, por supuesto, ello no suele ocurrir con frecuencia. Con esto en mente, las tentaciones de manipulación y uso dirigido de los levantamientos de opinión sobre los que CIDAC alertó hace algunas semanas en el texto “Encuestas y corrupción”, no deben ser desestimadas. Por ejemplo, en ninguna democracia consolidada existen encuestas diarias como la que caracterizó a Milenio y que llegó a mostrar fluctuaciones de hasta ocho puntos porcentuales en un solo día.
En el futuro inmediato, es razonable esperar una pléyade de comentarios relacionados a la regulación de las casas encuestadoras. Entre ellos destacan dos argumentos: la falta de competencia y la falta de normatividad para las metodologías. El primer argumento fracasa en explicar por qué un mayor número de casas encuestadoras proveerían mejores o peores resultados, en especial si comparten casi las mismas metodologías, tal como declararon los directores de varias de estas agencias en un evento llevado a cabo en el COLMEX en los días previos a la elección. Por su parte, el segundo argumento no termina de explicar qué se requiere regular de las casas encuestadoras para mejorar el status quo. ¿Acaso no resulta suficiente que sus metodologías sean reportadas a –si bien no evaluadas por— el Instituto Federal Electoral? Asimismo, cabe hacer la pregunta de si una mayor regulación en este mercado podría alguna vez compensar las deficiencias estructurales (y, por qué no decirlo, de ambición política) que inducen a las especulaciones post-electorales. El futuro suele aquejarnos con su incertidumbre y, en este caso de un resultado electoral, decidimos adormecer la picazón de la predicción con las probabilidades de las encuestas. No obstante, si hemos olvidado que los cálculos y los métodos pueden equivocarse, no hay nada que la regulación pueda hacer por nosotros. Lo mismo puede decirse de aquellas encuestas que, por razones políticas o económicas, pudieran ser meros ejercicios de manipulación. El dicho latino de caveat emptor es aplicable a las encuestas como a todo lo demás: el consumidor debe discriminar y no dejarse engañar.

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