Acción Nacional: el dilema de la redefinición

Presidencia

Esta semana, Acción Nacional inició formalmente su proceso de reflexión rumbo a su regreso a la oposición en el gobierno federal. Durante la reunión plenaria de futuros legisladores llevada a cabo en Juriquilla, Querétaro, el PAN comenzó no solamente a definir cuál podría ser su agenda de cara a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, sino también perfiló quiénes serán sus liderazgos en los meses por venir. No es casualidad que el presidente Calderón haya hecho acto de presencia en el evento con una serie de declaraciones que dejaron en claro la postura de su grupo al interior del partido. Además de haber colocado a varios personajes de su confianza en las bancadas parlamentarias, sobretodo del Senado (Ernesto Cordero, Alonso Lujambio, Luisa María Calderón, entre otros), el mandatario no quiere abandonar el protagonismo en el contexto de las redefiniciones que el PAN requiere asumir tras doce años de estar al frente de la Presidencia de la República. En este tenor, ¿cuáles tendrían que ser las prioridades de los panistas a partir del 1 de diciembre?
Por seis décadas, el PAN fungió como una oposición problematizada por el dilema entre legitimar un sistema político autoritario por medio de su participación en un esquema electoral democrático de jure, o construir un cambio desde la sociedad civil aprovechando los pocos espacios que el régimen dejaba libre. Cuando llegaron a Los Pinos –a través, por cierto, de alguien formado desde el exterior de la institución y con una “marca registrada” propia—, los panistas se enfrentaron a una nueva disyuntiva planteada por las dificultades de aterrizar sus principios de doctrina en la práctica del ejercicio del poder. En retrospectiva, el PAN nunca resolvió el dilema y, en buena medida, siguió siendo oposición al gobierno, así fuera emanado de sus propias filas. Si bien durante la “docena panista” se dieron cambios fundamentales en el país (avances en materia de transparencia y acceso a la información –a nivel federal al menos—, estabilidad en los indicadores macroeconómicos, la consolidación de pesos y contrapesos encarnada en un Congreso cada vez más influyente, un Poder Judicial más participativo y autónomo), el propio partido parece haber quedado corto en el ritmo de la evolución del sistema. Conforme se daba cuenta de la dinámica de gobernar, Acción Nacional prefirió el pragmatismo a hacer el esfuerzo por dejar un sello distintivo a sus administraciones que en verdad los diferenciara del modo priista. Por ejemplo, la nueva relación entre el Legislativo y el Ejecutivo, donde el primero no está en lo absoluto supeditado al segundo, fue producto de la creciente diversidad en cuanto a opciones políticas, más que a un estilo distinto de asumir el poder. En el transcurso de la mayoría de sus años en el poder, el PAN no gozó de bancadas legislativas suficientemente amplias a fin de sacar las reformas que tanto preconizó como indispensables en sus tiempos como oposición, ni tuvo capacidad o disposición para construir coaliciones multipartidarias que las hicieran posibles. Ahora, de confirmarse el triunfo de Enrique Peña en la Presidencia, el PRI tendrá un escenario similar y será posible determinar si la parálisis de estos últimos años se debe a la disfuncionalidad del sistema o a la ineptitud de un grupo.
Por lo pronto, aunado a la reflexión derivada de la derrota en los comicios presidenciales, los panistas deberán pensar cuál será su papel como oposición, ya que tampoco podrán comportarse del mismo modo que como lo hicieron antes del año 2000. Su paso por la titularidad del gobierno federal eliminó la vigencia de muchas de las críticas que el panismo echaba en cara al priismo. La corrupción, el uso faccioso de los recursos públicos, homologar el liderazgo del partido con el del gobierno, la colusión con las corporaciones, entre otros vicios antes denostados, se convirtieron en práctica común en el periodo de la tal vez imprecisamente llamada transición democrática.
Más allá de la distribución de culpas por la catástrofe electoral, el PAN necesita entender cuáles fueron las causas de su divorcio con la sociedad. Sin duda, las características del México en el que surgió Acción Nacional en 1939 son distintas a las del país en el que se desarrolló como “oposición leal” al régimen –parafraseando a Soledad Loaeza— y todavía más diferentes a las del electorado que ha preferido la promesa de eficacia priista sobre la malograda idealización panista. La pregunta no es si prevalece el calderonismo sobre el yunquismo ultraconservador o si los detractores de ambas corrientes tendrán la batuta de la reconstrucción del partido. La cuestión urgente por resolver es cómo devolver al panismo el halo de opción de gobierno. El electorado ha dado de alguna manera un voto de confianza a los panistas reconociendo su talento como tribunos al ofrecerle una nada despreciable presencia en ambas cámaras, contingentes que podrían ser determinantes en la aprobación de reformas relevantes. No obstante, nada es comparable en términos de influencia y acceso a recursos como la tenencia del Poder Ejecutivo. Parece difícil que el PRI vuelva a eternizarse en Los Pinos dado el pluralismo político que ha llegado para quedarse. Eso no está en duda. La cosa es que, de acuerdo al perfil de la sociedad mexicana de nuestros días, cada vez más tendiente a abandonar los tradicionalismos en buena medida transcritos en la doctrina y principios del panismo, la siguiente alternancia podría no sonreírle al PAN si éste no recupera la esencia que idearon sus padres fundadores para sí: ser una representación genuina de las necesidades de los sectores sociales más emprendedores y educados.

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