El país atraviesa por momentos difíciles, circunstancia que no deja de ser paradójica para muchos. Para los priistas, que sienten que “ya la hicieron”, todo parecía ir avanzando sin contratiempo. Para la población en general, que sólo quiere poder vivir en paz y tranquilidad, el sentido de orden que imprimió el nuevo gobierno parecía ofrecer la oportunidad de recobrar ese anhelo. Sin embargo, lo único claro es que los problemas reales, los de fondo, no han cambiado y, si acaso, han arreciado. Reflexionando sobre esto recuerdo la famosa frase de Paul Valéry de que “el problema de nuestros tiempos es que el futuro ya no es lo que era antes”.
Abundan las explicaciones, pero se entrecruzan con propuestas, deseos e intereses, todos legítimos, pero que acaban por nublar, más que aclarar, el panorama. Lo que sigue es la manera en que yo entiendo y veo el momento que atravesamos y de dónde surgió.
El viejo sistema permitió estabilizar al país luego de la gesta revolucionaria, pero acabó por ser insostenible. Funcionó bien por algún tiempo (sobre todo entre 1950 y 1970), hasta que se colapsó en parte por sus propias contradicciones y en parte por su éxito: generó una clase media urbana que se rebeló contra “el sistema”.
La respuesta de Echeverría fue inflar la economía para darle cabida a todos los demandantes, con lo que creó una casta de “derechohabientes” (sindicatos, grupos empresariales, campesinos y políticos) que siguen expoliando y restándole productividad a la economía en su conjunto. También inició la era de crisis y de conflicto social.
Las reformas de los 80 y 90 procuraron construir una nueva plataforma de crecimiento económico y sentaron los cimientos de la prosperidad que hoy goza el sector industrial moderno. Lamentablemente, la necedad de proteger los intereses priistas acentuó y afianzó las contradicciones que hoy vivimos: sectores protegidos, falta de competencia, monopolio energético y, en general, una muy baja productividad en la economía en general.
Pero la prosperidad es real e hizo posible que evolucionara la política nacional hacia una competencia democrática. Las reformas electorales condujeron a la derrota del PRI en 2000 y a la alternancia. La falta de visión, y la reticencia a construir instituciones modernas, llevó a las contradicciones que hoy caracterizan a la vida política: conflictos para los cuales las instituciones de antaño no tienen capacidad de respuesta. Simplemente no dan porque no fueron creadas para hacer posible la participación ciudadana o para resolver problemas.
México es un país sumamente complejo y terriblemente difícil de gobernar. La diversidad y dispersión étnica, religiosa, económica, geográfica y cultural y los contrastes entre sus regiones exigen habilidades políticas excepcionales. Históricamente, ha sido eficaz cuando ha habido un gobierno central funcional en combinación con gobiernos locales diestros y efectivos. El PRI gobernó por décadas con métodos que hoy se perciben intolerables pero que tuvieron el efecto de hacer parecer que era fácil lograrlo. Los gobiernos panistas creyeron que todo era asunto de quitar a los priistas. Hoy Oaxaca, Guerrero y Michoacán muestran la inviabilidad de los viejos métodos priistas y la ingenuidad de los panistas.
Las crisis, los errores, la corrupción y la incompetencia de nuestros gobernantes han desacreditado a la clase política. La arrogancia de los políticos (y sus parientes) y su parasitismo, los abusos de los funcionarios, la persistencia de los excesos de líderes sindicales (aunque cambien, los siguientes acaban siendo iguales) y la burla a los mecanismos de transparencia no hacen sino afianzar el cinismo y desconfianza característicos del mexicano.
Todo esto hace indispensable una reforma política. El Pacto que ideó el gobierno actual es mejor que la parálisis de las décadas anteriores pero es un mal substituto de un sistema de gobierno efectivo (ejecutivo-legislativo).
Más allá de su forma específica, la reforma política tendría que lograr: a) que los políticos sean responsables ante el electorado y no ante sus jefes; b) mecanismos que hagan posible la constitución de mayorías legislativas; c) un sistema de gobierno eficaz tanto para gobernar como para resolver los asuntos de seguridad. No hay una sola forma de lograr estos objetivos; lo importante es que se logren. Unos preferirán segunda vuelta, otros un sistema semi-parlamentario; algunos querrán reelección, otros un ejecutivo fuerte; algunos preferirán representación proporcional, otros directa. Lo relevante no es la forma sino el resultado y la flexibilidad para corregir hasta que funcione.
Mientras los políticos se pelean, los partidos agonizan y el gobierno pretende que reforma, la población vive cada vez más acosada por el crimen organizado: la extorsión y el secuestro se han vuelto temas cotidianos en gran parte del país. El asunto no es si el gobierno anterior tuvo la estrategia correcta o una errada o si el actual puede resolver el problema sin definir una estrategia diferente. El tema es que el crimen organizado está carcomiendo al país y, de no resolverse, eso acabará destruyéndolo. Ha ocurrido en otros países.
Por lo anterior, es urgente una reforma de verdad en el sistema de justicia, ministerios públicos, policías y, en general, a todo el sistema de seguridad. El problema de México no es el narcotráfico, sino de capacidad de Estado: lo esencial para mantener la paz, la seguridad y la justicia. Y hacer cumplir la ley para todos. O sea, un país moderno.
En adición a lo anterior, es imperativo trascender la noción de que unas cuantas reformas constitucionales transforman al país. Lo que lo transformará será la instrumentación de reformas en temas como el educativo, laboral y de seguridad social, lo que implica afectar poderosos intereses de todo tipo. Lo mismo es cierto del sector energético y del fisco: tanto la recaudación como los mecanismos de gasto y la supervisión del mismo. Es ahí, no en las ceremonias de premiación legislativa, donde se medirá el éxito del gobierno. La medida relevante es el crecimiento de la productividad: todo el resto es mera retórica.
El gobierno actual tiene un claro sentido de gobierno y de poder, incluyendo una extraordinaria capacidad de comunicación. Sin embargo, esas características y habilidades son indispensables para avanzar pero no son suficientes para lograr su cometido. El país requiere un sistema institucional nuevo y moderno, es decir, una reforma de fondo a todo eso que se ha venido arrastrando del pasado. Sin eso, ni el gobierno más competente podrá ser exitoso.
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