El límite generacional de la reforma educativa

Peña Nieto

En las últimas semanas, cual muñeca de trapo, olvidada en el armario, opacada por las (presuntamente impopulares y aún incógnitas) reformas hacendaria y energética, yace la reforma educativa promulgada por el presidente Peña, el 25 de febrero de 2013. Según ha trascendido, el Congreso volverá a sacar a la escena mediática el tema de la educación cuando se discutan y, seguramente, aprueben, las leyes secundarias de la reforma constitucional, durante el periodo extraordinario programado para la segunda quincena de agosto. No obstante las eventuales bondades del paquete completo de reformas, éstas se centran de forma primordial en un rubro: la educación básica. Sin embargo, los demonios del sistema educativo mexicano no residen exclusivamente ahí. Aunque los cambios planteados por la reforma serían avances, hay varias cuestiones adicionales que resta por ser atendidas. Por ejemplo, de nada sirve contar con sustento firme en la educación básica, si todo el sistema comienza a disolverse en estratos superiores. Si concediéramos el supuesto de que el problema en primaria y secundaria se resolviera, ¿qué hay en la reforma para los jóvenes?
El pasado 14 de julio, la UNAM publicó los resultados de su concurso de ingreso. Una vieja historia: 9 de cada 10 aspirantes a cursar una carrera en dicha casa de estudios, no consiguen su acceso. Dejando de lado a la UNAM, miles de jóvenes cada año son rechazados por las instituciones de educación superior y educación técnica por una serie de razones que van desde la restricción de espacios hasta la falta de capacidades. Así, cada año se engrosan las filas de quienes no cuentan con alternativas ni educativas, ni laborales: más de 1.3 millones de jóvenes entre 14 y 29 años no tienen empleo.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el futuro educativo en México es preocupante. En su reporte Panorama de la Educación 2013 señala que, si bien la proporción de gente con mayor nivel de educación ha aumentado en la última década y la inversión total del país en educación es cercana a la media de la OCDE. Sin embargo, indica que la matrícula de jóvenes entre 15 y 19 años de México es la menor de la OCDE, y que 2 de 3 jóvenes abandonan el sistema educativo en los cuatro años posteriores a la escolaridad obligatoria. Consecuencia de ello es que 1 de 4 jóvenes de dicho grupo no estén ni empleados, ni en educación (NINI), lo cual convierte a México en el tercer país de la OCDE con mayor proporción de NINIs. Finalmente, el reporte sostiene que no sólo los NINIs se alejan del mercado laboral, sino que también aquellos con mayor nivel de educación enfrentan condiciones de desempleo mayores a las de jóvenes de otros países de la OCDE. Entonces, ¿estará por convertirse el “bono demográfico” en una “tragedia generacional”?
Con la recién aprobada reforma, la enfermedad que padece el sistema educativo mexicano podría curarse en los estratos básicos (un resultado que, además, tardará muchísimo en percibirse). Por desgracia, queda pendiente qué hará el país con tanto joven (tan bien preparado) egresado de la educación básica y media. Queda claro que el remedio no llegará tan sólo con más universidades o más plazas para los estudiantes, sino con una estrategia de desarrollo que fomente la actividad económica y, por ende, los espacios de oportunidad para los jóvenes. De no considerarse esto, se podrían seguir engrosando las filas de dos sectores que sí ofrecen acceso a los jóvenes en México: el sector informal y el crimen organizado.

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