Una persona escoge el trabajo de escribir en un periódico porque se supone que tiene ciertas ideas claras sobre el mundo que lo rodea. Esa claridad le permite tener puntos de vista coherentes y firmes. Pero qué sucede cuando el opinador profesional tiene más dudas que respuestas. Me provocan cierta envidia aquellas personas cuyas ideas están siempre impregnadas de certidumbre. Al lector que hoy busque certezas, me permito sugerirle que ponga su mirada y su tiempo en otro espacio del periódico.
Hace unos días, el historiador inglés David Irving fue sentenciado en Austria a tres años de prisión. Su crimen fue negar el Holocausto del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Se debe castigar a un pseudo-académico por afirmar que los campos de concentración y la industrialización del genocidio son una leyenda histórica? Mi primera reacción sería responder que en una democracia, los imbéciles también tienen derechos. Si tú y yo tenemos derecho a expresar públicamente nuestras dudas e ideas, así los estúpidos tienen el derecho a proferir estupideces.
El profesor estadounidense Ronald Dworkin afirma que, en una sociedad abierta, nadie, sin importar qué tan poderoso o indefenso, está inmune a ser insultado u ofendido. El problema es que las ideas que ofenden se pueden transformar en el catalizador de la acción política. Si un tipo escribe un libro donde sostiene que el Holocausto es resultado de la “propaganda judía”, seguro herirá los sentimientos de millones de personas. Si se respeta el pleno derecho a la libertad de expresión nadie nos puede salvar de que lastimen nuestra fe o nuestras convicciones más profundas, pero el problema no son las emociones lastimadas. ¿Qué ocurre si el imbécil que escribió el libro funda un partido político y llega al gobierno? ¿Qué sucede si ese nuevo líder utiliza todo el poder del Estado para desahogar sus múltiples odios?
En Yugoslavia, en 1987, un ex banquero con dotes de orador se convirtió en una estrella ascendente de la política local. El discurso nacionalista de Slobodan Milosevic apelaba a los agravios históricos que había sufrido el pueblo serbio a costa de sus vecinos. La retórica en defensa de la nación se empezó a salpicar de odio. Milosevic fue elegido presidente de Serbia en 1989. Del discurso pasó a la acción militar. En 1991 iniciaron las primeras batallas en los Balcanes y la primera guerra en Europa desde 1945. Esto ocurrió hace 15 años.
En la nación africana de Ruanda, en 1994, la tribu de los hutus propagó en una estación de radio que los miembros de la tribu tutsi no eran seres humanos sino “viles cucarachas”. La libertad de expresar insultos contra los tutsis se convirtió en la premisa del genocidio más violento de la segunda mitad del siglo XX. Durante 100 días los hutus asesinaron a cerca de 950 mil personas. Esto ocurrió hace 12 años.
En Ixmiquilpan, en el Valle del Mezquital en Hidalgo, un grupo de católicos impidió la construcción de un templo evangélico y prohibió los funerales de personas de otros credos en el cementerio municipal. En un discurso en la plaza del pueblo, el líder de los católicos convocó a desterrar de la zona a toda persona que profese una fe distinta a la suya. En la prensa se manifiestan temores de violencia por motivos religiosos. Esto ocurrió hace cuatro meses.
“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo.” La frase de Voltaire suena muy bonita y viste bien como epígrafe a la cabeza de un texto, pero el pensador francés no tenía en mente ni a Milosevic, ni a los hutus de Ruanda cuando extrajo semejante perla de su inspiración. Creo con fervor en la libertad de expresión, pero ese precioso derecho no es un dogma absoluto. ¿Dónde poner un límite? ¿Cuándo una broma o una ofensa se convierte en una invitación al odio? ¿En qué momento la prudencia se convierte en censura? ¿Qué juez supremo debe dictar sentencia sobre la peligrosidad de una idea? ¿Debemos tolerar a los intolerantes? Me gustaría tener una respuesta segura para esta avalancha de dudas. No la tengo, hoy sólo puedo compartir mis vacilaciones.
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