Desde la firma del Pacto por México, la operación política e interna de la oposición se ha visto irremediablemente influida por el mismo. A casi un año de su implementación, y con el grueso de las reformas más significativas ya aprobadas o en proceso de serlo, resulta difícil predecir cuál es el futuro del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y del Partido Acción Nacional (PAN) como oposición. ¿Cuáles han sido las consecuencias para las estructuras de poder del PAN y el PRD de que sus dirigencias nacionales hayan decidido adherirse al Pacto? ¿Cómo incidirá esto en los próximos procesos de renovación de sus respectivos liderazgos? ¿Habrá valido la pena contribuir a la aprobación de las reformas?
La actual dirigencia del PAN, encabezada por Gustavo Madero, optó por adscribirse al Pacto por México como una manera de subsistir políticamente e intentar controlar los daños tras la pérdida de la Presidencia de la República. Si bien esta decisión se supone dio a Acción Nacional un sitio “privilegiado” en la negociación de las reformas –el cual, tal vez, hubiese tenido de todas formas dada la magnitud de sus bancadas legislativas—, también ha ido diluyendo al PAN como fuerza contrastante frente a las políticas de Los Pinos. Ello tampoco ha abonado a la generación de un liderazgo renovador que los ayude a transitar hacia su nuevo papel como oposición. De cara a la próxima renovación de sus órganos directivos, las opciones parecen remitirse a maderistas, cordero-calderonistas, y la eventual “tercera vía” liderada por Josefina Vázquez Mota. Además, los panistas se han enfrascado en pugnas internas y acusaciones mutuas muy lacerantes, prácticas que dificultarán la eventual consolidación de una figura unificadora capaz de sacar adelante al PAN. Encima de lo anterior, los ríos de dinero que maneja el gobierno actual en su relación con sus contrapartes políticas y partidistas implica que, de facto, el gobierno vota por Madero. Así, el blanquiazul corre el riesgo de polarizar su contienda entre colaboracionistas y obstruccionistas. Si el curso de las cosas sigue como hasta ahora, Acción Nacional perderá tiempo valioso en un control de daños que no parece tener fin y proseguirá hundiéndose en sus propias incertidumbres y contradicciones.
En cuanto al PRD, a pesar de su conducta usual de división interna, se vislumbra un probable consenso entre las distintas tribus. La renuncia de Andrés Manuel López Obrador al PRD y el potencial registro de MORENA como partido político, han ido facilitando una depuración del ala más radical del partido y un fortalecimiento relativo del actual grupo dirigente: los denominados “Chuchos”. Aunado a esto, el resurgimiento de la figura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, cuyo ímpetu ha sido reavivado con la oposición a la reforma energética del presidente Peña, ha generado un elemento de cohesión impensable hace unos meses. Ciertamente, hay figuras relevantes interesadas en arrebatar el poder a los “Chuchos” y su presunto candidato a la dirigencia nacional, Carlos Navarrete. Tanto Carlos Sotelo (Movimiento Patria Digna), como Marcelo Ebrard (Movimiento Progresista), representarían los principales obstáculos a la continuidad “chuchista” –sin mencionar el factor René Bejarano y sus conocidas capacidades de movilización. No obstante, paradójicamente, las tribus perredistas podrían tener mayores incentivos para la cooperación. ¿Por qué? Porque tal vez por primera ocasión en su historia, el PRD ha conseguido injerencia institucional significativa en el proceso de toma de decisiones del país y un acceso a recursos sin precedente, sobre todo a través de la inyección de dinero a su centro neurálgico, el Distrito Federal. Todo ello vía el tan vilipendiado Pacto por México. Sería muy delicado para los perredistas recaer en sus cíclicos procesos de autodestrucción ahora que han comenzado a despegarse la etiqueta negativa del “partido del ‘no’ eterno”. La preservación de la institucionalidad perredista es un capital cuya dilapidación no convendría a nadie, mucho menos a personajes que aspiran a continuar “vivos” en la escena nacional (como Ebrard).
Por último, más allá de cómo se configuren los dos partidos de oposición y qué tanto generen consenso o conflicto en sus procesos internos, un saldo que PRD y PAN deberán aprender a administrar será el de la corresponsabilidad ante las reformas impulsadas desde el gobierno federal. Está por verse si panistas y perredistas son capaces de refundar sus propias narrativas. Esto de cara a procesos electorales complejos en todos los frentes.
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