El presidente Peña presentó el Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2013-2018. Dicho documento esboza las metas, estrategias y líneas de acción que, de acuerdo al gobierno federal, harán que México “capitalice la oportunidad histórica que tiene de emprender una profunda transformación…”. Sin embargo, una breve mirada al PND basta para entender que no se trata de un documento estratégico de transformación nacional, sino de uno que delinea un estilo de gobierno basado en viejos lineamientos y fantasmas idealizados del pasado. No en vano, para cada uno de sus cinco ejes, el plan cita a cinco íconos de distintos periodos del PRI en su época como partido hegemónico: Genaro Estrada, Jaime Torres Bodet, Lázaro Cárdenas, Adolfo López Mateos y Antonio Ortiz Mena. Veamos cuál es la vinculación.
Primero, el PND busca establecer un “México con Responsabilidad Global” que “defienda y promueva el interés nacional en el extranjero a través de una política exterior vigorosa”. No obstante, Peña recupera al pie de la letra –en contraste con sus antecesores panistas—la “Doctrina Estrada”, la cual prescribe una política exterior de bajo perfil y cero injerencias (formales) en los asuntos de otros países. Para muestra, dos botones: el inmediato reconocimiento de Peña a la victoria de Maduro en los polémicos comicios presidenciales de Venezuela; y el mutis de Peña sobre el tema migratorio con Estados Unidos.
En segundo lugar, se define a un “México con Educación de Calidad” que consiga la transición hacia una “sociedad del conocimiento”. El ideal educativo de unidad nacional de Torres Bodet estableció programas intensos en aulas, escuelas y comunidades, además de hacer énfasis en la formación de los maestros. Este espíritu centralista se observa en la reforma educativa de Peña, que ve en la creación de un instituto que evalúe su desempeño de forma estandarizada una forma de control político del magisterio.
En tercer término, se describe un “México Incluyente” que “integre al país como una sociedad con equidad, cohesión social e igualdad sustantiva”. Esto hizo Lázaro Cárdenas con gremios obreros y campesinos con el fin de integrar postulados populares en medidas concretas de gobierno. Bajo un presidencialismo corporativista con apoyo de las masas, Cárdenas reorganizó la política de la sociedad. Hoy, Peña decidió legitimar su gobierno mediante la participación ciudadana de la sociedad civil que busca hacerse un lugar en el quehacer político y que es un sector de capitalización político-electoral creciente. Al menos para la foto, la sociedad fue consultada para aportar ideas a un PND que básicamente ya existía.
En cuarto lugar, se hace alusión a un “México en Paz” que “fortalezca nuestro pacto social, refuerce la confianza en el gobierno, aliente la participación democrática y reduzca los índices de inseguridad”. A López Mateos se le atribuye la inclusión del país a la modernidad y a un periodo estabilizador que tuvo lugar bajo el auspicio del programa de Alianza para el Progreso de la administración estadounidense de Kennedy. De esta forma, pudo ocultar la serie de represiones y problemas internos violentos con distintos gremios que mantuvo durante su mandato. Peña también pretende vender la imagen de un país en transformación pacífica, que bajo su piel esconde serios conflictos internos como el secuestro de regiones enteras por el crimen organizado, el levantamiento de fuerzas de autodefensa y el conflicto magisterial, entre otros.
Finalmente, se esgrime un “México Próspero” que “proporcione una infraestructura adecuada para el crecimiento sostenido de la productividad en un clima de estabilidad económica”. Aquí Peña apela al espíritu de Ortiz Mena y la época del desarrollo estabilizador, el arquetipo del alto crecimiento y desarrollo económico mexicano. Sin embargo, la característica de la época, coherente con América Latina pero no con el despegue asiático del momento, fue el del proteccionismo y la falta de ahorro. Por lo pronto, el actual mandatario pretende apuntalar la imagen de un nuevo “milagro mexicano” en su (hasta ahora) éxito como reformador, a pesar de que, en algunas regiones, el país continúa cayéndose a pedazos.
Mirar al pasado no es símbolo de fracaso, pero si ese pasado es turbio y se busca replicar en un contexto distinto, se antoja difícil que, como dice Peña en el PND, “los derechos de los mexicanos pasen del papel a la práctica” y que se logre “un México donde cada quien pueda escribir su historia de éxito y sea feliz”. Este es el meollo del asunto: el proyecto que se presentó representa una era del país y del mundo que muy poco o nada tiene que ver con la realidad de hoy. La coherencia se logra abstrayéndose del mundo actual, creando una sensación de oportunidad que no se podrá lograr más que reconociendo las vicisitudes y circunstancias del siglo XXI.
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