El pornógrafo y el creyente

Salud

Larry Flynt es un magnate de la pornografía gringa. Sus revistas ofenden la sensibilidad de unos y alborotan la líbido de otros. En 1996, su agitada biografía fue llevada al cine por el director Milos Forman con la película El nombre del escándalo. En la cinta aparece la escena de un juicio donde Flynt es acusado de promover la obscenidad y violar la moral pública. Ante los cargos, el pornógrafo se defiende con un argumento magistral: “De lo único que me puedo declarar culpable es de tener mal gusto y no hay una ley contra eso. De hecho, lo admito: soy un puerco. Pero lo que hace grande a este país es que este puerco tiene los mismos derechos que el presidente de los Estados Unidos”.

La maravilla de vivir en una República es que, al menos en teoría, todas las personas son iguales ante la ley. Jorge Serrano Limón, el dirigente de la organización Provida, es un ferviente católico que lucha por defender los dogmas que sostiene su Iglesia. Para muchos mexicanos, Serrano Limón es un fanático religioso con una mentalidad medieval, y un hombre corrupto que desvió dinero público para comprar prendas privadas. En una democracia republicana, los pornógrafos y los fanáticos religiosos tienen derecho a externar sus puntos de vista, como cualquier otro miembro de la sociedad. En su visita a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, Serrano Limón fue recibido con insultos y un bombardeo de tangas, en recuerdo de sus malos manejos con un donativo de la Secretaría de Salud.

Pocas discusiones públicas generan una polémica tan desgarrante como el aborto. Para unos es un derecho, para otros es un crimen. No hay esperanza para el consenso, ni posibilidad de que ambas partes lleguen a un acuerdo. Las posturas son definitivas e innegociables. Si el desacuerdo no ocurre en un ambiente de respeto mínimo, la pasión de la discusión podría devenir en violencia. En octubre de 1998, el doctor Barnett Slepian fue asesinado en el interior de su casa por el disparo de un francotirador. El médico trabajaba en una clínica del estado de Nueva York donde se practicaban abortos. Además de Estados Unidos, hay registro de casos similares de violencia en Canadá y Australia. Esta semana, en México, le arrojaron chones al talibán de Provida. Mañana las agresiones le pueden tocar a una prominente feminista o a un legislador que vote a favor de la ley. Para evitar que la polémica escale de tono, ambas partes tienen que reconocer el derecho ajeno a disentir.

En los países autoritarios el Estado impone el consenso a través del miedo y la fuerza. En Cuba, la dictadura de los hermanos Castro está a favor del aborto, y los católicos no tienen posibilidad de manifestar su oposición. En la teocracia de Arabia Saudita, las personas que quieran despenalizar el aborto se arriesgan a perder la libertad o la vida. La discusión abierta del tema es un privilegio exclusivo de las sociedades democráticas.

El asunto es harto complicado. ¿Estarías a favor de despenalizar el aborto si la madre decide interrumpir un embarazo porque no le gusta el sexo del feto? En China, en la población menor de 15 años, hay 113 hombres por cada 100 mujeres. Este desequilibrio demográfico se debe a que muchas familias deciden abortar a sus hijas primogénitas, para buscar un varón en el siguiente embarazo y respetar la política de Beijing que fomenta un solo infante por familia. En las zonas rurales chinas, la tradición y la misoginia le asignan un mayor valor a la descendencia de sexo masculino.

El aborto debe ser una experiencia devastadora para quien pasa por ella. Sin embargo, el drama humano es aun mayor para las miles de mujeres que al interrumpir su embarazo, también acaban con su propia vida. Si la ilegalización del aborto acabara con todos los abortos, la discusión sería muy distinta. La ley es una cosa y la realidad otra. Con o sin despenalización habrá mujeres que decidan abortar. ¿Queremos que esto ocurra en un quirófano o en una letrina? Estoy de acuerdo con Serrano Limón en una sola cosa: el aborto es una tragedia. Sin embargo, esa vivencia profundamente dolorosa no debería estar penada por la ley.

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