Rafael Acosta “Juanito”, flamante delegado electo de Iztapalapa, se ha convertido en el dolor de cabeza de Andrés Manuel López Obrador y, probablemente, en un alivio para Marcelo Ebrard. Su comportamiento ha sido explicado de diversas formas: bien podría ser que el escaso poder que ha probado se le haya subido a la cabeza; o que una vez entendida la dimensión económica del presupuesto de la delegación busque encarecer los costos de su renuncia; o incluso que sea sólo un instrumento de una conspiración dirigida desde algún partido ajeno al suyo. Sin embargo, los motivos de “Juanito” –lo mismo que su gran colorido– pueden dejarse de lado. Lo que en realidad importa es que a fuerza de llevarle la contraria, “Juanito” ha puesto el dedo en la llaga: bastó un líder de ambulantes para poner en riesgo el triunfo más vistoso que AMLO obtuvo como promotor del voto del Partido del Trabajo. Esta situación pone de manifiesto la curva de AMLO: del firme candidato a la Presidencia, a activista que se temía podía incendiar al país, a un político en bancarrota de liderazgo que no puede hacer valer su voluntad en una delegación. A AMLO nadie ha salido a ayudarle –salvo por Clara Brugada que es la única que tiene algo más que perder. Para Ebrard, el no tener que seguir las instrucciones de designar a Brugada como delegada, es una situación favorable para iniciar su proceso de separación de AMLO rumbo al 2012.
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