La política social en México: incentivos para nunca cambiar.

Peña Nieto

El pasado 2 de junio, el presidente Peña hizo oficial que durante este mes se haría “no un relanzamiento, sino un corte de caja” de la Cruzada Nacional contra el Hambre iniciada en abril de 2013. Aunque dieciocho meses resultan pocos para evaluar la efectividad del programa, sus características nos adelantan una historia típica de la mecánica de la política social en México: grandes promesas de disminución de la pobreza y la desigualdad, recursos erogados al por mayor, resultados marginales en la consecución del objetivo retórico (porque el político suele lograr buenos dividendos, sobre todo en términos electorales) o, de plano, rotundos fracasos.
Por décadas, la política social ha sido modificada a discreción de la administración en turno. Sin embargo, todas han compartido una característica: un enfoque asistencialista de corto plazo que nunca puede –y tal vez ni siquiera pretenda—trascender más allá de la nimia disminución –en el mejor de los casos—de los niveles de pobreza. De hecho, son pocos o nulos los incentivos que tienen tanto los beneficiarios como el gobierno para cambiar este estado de cosas. Del lado de quienes reciben apoyos de programas sociales con el supuesto propósito de “salir de la pobreza”, en muchas ocasiones resulta más conveniente seguir siendo beneficiarios de la “política de redistribución”, que dejarlo de ser, encontrar un empleo –lo cual de por sí no es sencillo—y que éste sea mal remunerado e inestable. En cambio, el “mejor” de los escenarios es tener la oportunidad de incorporarse de alguna manera al sector informal, arreglándoselas al mismo tiempo para continuar como beneficiarios de la política social. Por otro lado, los gobiernos perpetúan los programas sociales como herramientas de control de gobernabilidad y consolidación de clientelas electorales. Una posible diferencia entre los gobiernos de 1994 a 2012 y el actual es que aquellos al menos se proponían disminuir la pobreza en tanto que el actual  expresamente concibe a la política social como un mecanismo clientelar.
En cuanto al caso específico de Sin Hambre, sus metas definen un camino idéntico al de otros modelos de política social del pasado. El programa sólo busca erradicar la pobreza alimentaria, pero sin generar capacidades, formación o desarrollo a largo plazo para sus beneficiarios. Además, está por verse si el gasto etiquetado se ejercerá de forma eficiente y, muy importante, si habrá de ser transparente.
Por otra parte, el crecimiento del padrón de beneficiarios de los programas sociales, dato que suele promocionarse con “bombo y platillo” por cada administración en turno, no es el indicador correcto para medir la eficacia de los mismos. Por el contrario, el que a lo largo de los años se siga incrementando el número de personas que reciben algún tipo de ayuda gubernamental, es la muestra más evidente de lo poco (o nada) que se ha avanzado para reducir la pobreza. Si bien el desempeño del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (CONEVAL) ha ido adquiriendo prestigio y legitimidad en cuanto a la medición de los efectos de los programas sociales, aún ha faltado que los resultados de las evaluaciones funjan como herramientas para mejorar los programas y la distribución del presupuesto. En este sentido, aunque  la reciente reforma al artículo 26 constitucional otorgó autonomía al CONEVAL, esto no garantiza ni una mejor operación del organismo, ni una coordinación más clara entre evaluaciones y acciones de mejora derivadas de ellas.
Aunque el gobierno está siempre cómodo ampliando padrones de beneficiarios, cada vez será más cuestionado en la medida en la que algunos sectores de la sociedad vayan evolucionando, no por los efectos de una política social adecuada, sino por otros factores muy distintos al asistencialismo gubernamental. Por ahora, parece ser que esto únicamente ocurrirá cuando al diseño de las políticas sociales se integre un factor que hasta ahora parece no considerado: el crecimiento económico. Al final del día, ese sigue siendo, desde tiempos ancestrales, el único instrumento eficaz para vencer la pobreza.

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