De acuerdo con una encuesta publicada este 19 de enero en el periódico El Financiero, llevada a cabo por la empresa Parametría, aunque el PRI estaría en vías de conservar su mayoría relativa en la Cámara de Diputados tras la elección federal del 7 de junio entrante, el PAN se encontraría en posición de volver como segunda fuerza política, dejando al PRD en un lejano tercer puesto. Del mismo modo, Acción Nacional se muestra con capacidades competitivas en diversos comicios locales como en Nuevo León, San Luis Potosí, Querétaro e, incluso, Michoacán. Estas podrían ser buenas noticias para los panistas, sobre todo en instantes cuando su partido encara un ambiente interno tenso –por decir lo menos. Sin embargo, no sólo de esperanzas –y potenciales triunfos—electorales vive un partido. Con esto en mente, ¿por qué el PAN podría seguir perdiendo aun ganando en 2015?
El entorno de tensiones en Acción Nacional no sólo se originó tras los polémicos resultados de las votaciones de la Comisión Permanente del PAN al elegir a sus fórmulas de candidatos a diputados federales por representación proporcional, o por las críticas suscitadas por el repentino (tal vez no del todo sorpresivo) regreso de Gustavo Madero a su dirigencia nacional. De hecho, tampoco pueden achacarse por completo los desencuentros entre panistas a la alianza de colaboración parlamentaria con la administración Peña, encarnada en el Pacto por México de diciembre de 2012. Mucho menos sería justo acusar al pleito entre “calderonistas” y “maderistas” como una causa fundacional de la crisis del panismo. Las pugnas internas en un partido político con la estructura, historia y complejidad del PAN son algo prácticamente natural. Entonces, lo relevante a la hora de analizar la situación presente del blanquiazul no son los hechos coyunturales, sino el desgaste estructural del cual ha sido objeto desde su llegada a Los Pinos en 2000, y que se ha exacerbado después de su salida de la Presidencia de la República en 2012.
En diferentes medidas y estilos, los periodos panistas al frente del gobierno federal significaron un desgaste para la reputación de dicho partido. Ciertamente, el ejercicio de la Presidencia de la República implica de por sí un costo en detrimento de la imagen de un instituto político (el PRI hoy lo vive en carne propia con todo y su discurso de experiencia e infalibilidad). No obstante, el deterioro del PAN adquirió mayor visibilidad debido a un dilema que, hasta la fecha, sigue sin ser capaz de resolver: la congruencia entre sus principios doctrinarios y la administración del poder. Las etiquetas que mantuvo Acción Nacional en su papel de oposición durante el régimen autoritario (honestidad, incorruptibilidad, identificación con la ciudadanía –en particular con las clases medias y ciertos grupos empresariales—, democracia interna, meritocracia), cayeron de sus vestimentas con el vendaval emanado de la cruda realidad del ejercicio del gobierno. Peor aún, la ineficacia en la comunicación de los logros de las administraciones panistas, sumado a una incapacidad para negociar con la entonces partidos de oposición –manifiesta por la torpe respuesta ante la sagacidad de los priistas y por la animadversión bilateral con la izquierda—, dejó al PAN a merced de las críticas derivadas de sus innegables yerros como gobierno. Por último, el panismo no ha sabido reconstruirse posterior a la derrota electoral de 2012. Si bien todo partido que pierde el poder atraviesa de forma inexorable una crisis que amerita una reflexión y, en ciertos casos, una drástica depuración, el panismo se aferra a una ficción de control interno que, en el mediano plazo, le podría acarrear consecuencias negativas dado el detrimento de la credibilidad en cuanto a la honra de los principios ya mencionados.
Finalmente, en el evento de que el PAN recupere posiciones electorales en junio próximo, no será signo de una recuperación estructural del partido. Dadas las características de las elecciones estatales y municipales, mucho influye qué personajes estén en contienda y no tanto cuál de los partidos los postulan. Esto hace que eventuales victorias de los candidatos panistas, no necesariamente impliquen un avance o fortalecimiento del partido en un estado o municipio, mucho menos a nivel nacional. No son pocos los casos, hablando de Acción Nacional, donde aspirantes ganadores de un cargo público terminaron por desentenderse y, en algunas ocasiones, hasta a oponerse a los planes políticos del PAN. Al referirse a la renovación de la Cámara de Diputados es distinto, ya que ahí la identificación partidista con el electorado sí es más clara. A pesar de ello, sin desestimar la valía de consolidar una fuerza legislativa importante, el panismo estaría en proceso de conseguir un paliativo para sus dolencias, pero no una cura. No es exagerado afirmar que será un gran fracaso histórico para el PAN cuando la mayor parte de la ciudadanía lo termine de considerar como un miembro más de una clase política corrupta, lejana a la gente, y presta a servirse, no a servir. Méritos para ello sí han hecho.
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