Este 5 de mayo se observarán diversas organizaciones marchando desde Cuernavaca hasta el Zócalo capitalino en contra de la inseguridad. Si bien algunos piensan este es un paso mayor en la construcción de ciudadanía, otros señalan que es totalmente insuficiente y equivocado –noción que se basa, o en la concepción de la marcha como parte del repertorio del viejo regimen, o en la concepción de ésta como parte de la rutina de protesta en México.
Lo cierto es que esta marcha, aún cuando surge del daño que el crimen organizado ha causado a la ciudadanía, es una clara declaración contra la válvula de escape de toda democracia presidencialista con rendición de cuentas: el titular del Poder Ejecutivo. Ante ello, la reacción previsible del gobierno es la inclusión de ciertos mensajes del repertorio de los movimientos sociales, e incluso de sus líderes, en el discurso oficial. De cambios en la estrategia de seguridad poco puede esperarse, en parte porque tampoco hay una propuesta concreta de cambios.
Más allá del acto de marchar, e incluso del número de participantes, la manifestación podrá adquirir relevancia sólo en la medida que tenga la capacidad de: cambiar los términos de la discusión pública de la lucha contra el crimen organizado; proveer argumentos que permeen en la sociedad; permita cuestionar el actuar de gobernantes y gobernados; y defienda su autonomía. En resumen, si lleva a los ciudadanos y actores políticos de la catarsis a la propuesta.
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