La amenaza de ser arrollados por el PRI en las próximas elecciones logrará lo que parecía imposible: una alianza entre dos partidos que en los últimos años se han visto uno al otro como un peligro para México. Y es que a menos que el PRI regale un episodio de fractura, la oposición no tendría oportunidad de salir victoriosa de no presentarse en alianza en varios estados.
Voces de diversos sectores –incluído el PRI– han condenado estas alianzas al fracaso tanto por la trayectoria reciente de conflictos entre ambos partidos, como por sus contradicciones en temas de carácter ideológico. Sin embargo, el otro lado de la moneda es que una alianza es precisamente la oportunidad para dejar las diferencias a un lado y desarrollar plataformas comunes, como ocurre en las democracias modernas. De hecho, incluso se podría hacer una alianza electoral en la que se acordara no abordar esos temas.
La pregunta relevante en relación a estas alianzas es cuál es su misión: ser alianzas de gobierno o ser alianzas estrictamente electorales. La forma en que se negocian hacen pensar que, más que un proyecto con una agenda común, son un intercambio de victorias y derrotas: donde esperan que gobierne el partido que ponga el candidato; y el otro, se contente con haber colaborado a la victoria de su partido en otro estado. Un simple “te ayudo a ganar Oaxaca si me ayudas a ganar Puebla”.
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