La crisis económica ha golpeado a todas las economías del mundo, tan sólo esta semana la OIT anunció la pérdida global de 50 millones de puestos de trabajo (entre los que se encuentran los recortes previstos por empresas globales como Caterpillar, AIG, Phillips, entre otras). México no es la excepción y la desaceleración del empleo ya se siente en el país. Banxico estimó para este año una pérdida de plazas más alta de la presentada apenas hace una semana. Para un país como México, donde la rotación de personal es tan grande, es probable que las cifras de despidos masivos no resulten tan espectaculares como en EE.UU y Europa. Sin embargo, lo que sí se verá es el freno a nuevas vacantes y a la recontratación de eventuales. Esta problemática sumada al casi millón de mexicanos que cada año ingresan a la fuerza laboral y a la rigidez de la ley del trabajo pondrán las bases para un reto de proporciones mayúsculas en el país. No sorprende entonces el anuncio del secretario Carstens sobre la posibilidad de una reforma laboral –fundamental para impulsar la competitividad– que se perfila como políticamente riesgosa pues con seguridad tocará fibras sensibles en más de un sector.
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