El domingo pasado por protestas y acusaciones se suspendieron las elecciones de consejeros del PRD en cinco estados -Zacatecas, Oaxaca, Chiapas, Veracruz y el DF- con el riesgo de extenderse a otros cuatro -Guerrero, Edo. México, Tamaulipas y Sonora. Por un lado, se ha señalado que esta situación daña a la democracia interna del PRD -aún cuando es usual este modus operandi dentro del partido. Por otro, que las diferencias entre facciones son un asunto menor que será solucionado una vez que se tenga un candidato presidencial definido. La realidad, sin embargo, es que si bien no impacta la definición de la encuesta para determinar el candidato presidencial de la izquierda, la fallida elección de consejeros evidencia una lucha interna cuyas consecuencias podrían debilitar las aspiraciones electorales del partido en 2012.
Los conflictos al interior del PRD evidencian dos problemáticas estructurales que, desde luego, no son nuevas. En primer lugar, que aún cuando ha habido un candidato de unidad, el partido es una agrupación de tribus que buscan adueñarse del control del partido. Al respecto, y hablando del principal bastión perredista del país, el DF, Dolores Padierna y René Bejarano buscarán trasladar su control local a un ámbito nacional. Por ello, es significativa la amenaza de que, en caso de llegar Carlos Navarrete a ser candidato del partido para la ciudad, dicho salto sea imposibilitado. En segundo lugar, que existen grupos en la izquierda que sin un claro liderazgo, o en ausencia de él, actúan de forma espontánea lacerando la institucionalidad del partido. Muestra de ello fueron diversas agrupaciones, presuntamente bajo el liderazgo de Marcelo Ebrard, que realizaron acciones para suspender las elecciones en la capital.
Ciertamente, estos problemas se traducen en negativos para las aspiraciones electorales del PRD. El problema consolida el prejuicio de la inestabilidad de la izquierda y la poca confiabilidad en propuestas para el desarrollo del país en el mediano y largo plazo. Por tanto, afecta directamente a López Obrador y su estrategia de suavización ideológica, y a Ebrard y su imagen de institucionalidad.
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